"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
La muerte de Jacques Demy dejó a su pareja Agnès Varda sumida en una productiva desolación, alimentada en parte por la dolorosa ausencia del cineasta. Primero fue Jacquot de Nantes (1991), deliciosa evocación del personaje y sus orígenes, y luego la restauración de Las señoritas de Rochefort, acompañada de un emotivo documento personal, Les Demoiselles ont eu 25 ans (1993). Sin embargo, a medida que parecía superar el duelo, Varda se adentraba en un misterioso territorio melancólico. Los espigadores
y la espigadora (2000) y su continuación Dos años después (2002) ya no hablaban directamente de Demy, pero sí del arte que compartió con Varda, o de lo que quedaba de él, así como del envejecimiento y de la proximidad de la muerte. Por eso, cuando llegó
Les plages d’Agnès (2008) todos estábamos ya preparados. Ésta no iba a ser una película como las demás, ni siquiera como las demás de Varda. Ésta iba a ser una película-testamento no en el sentido habitual –prepararse para la despedida–, sino en otro a la vez más devastador y más esperanzado. Pues Les plages d’Agnès recuerda el pasado, se entrega a los recuerdos íntimos y compartidos, pero lo hace con una serenidad desarmante: todo eso ya es historia, pero de esa misma historia deberemos aprender a vivir a partir de ahora. De ahí el tono simultáneamente narcisista y generoso de este documental en forma de memorias (o viceversa). Y de ahí también la fascinación que ejerce sobre el espectador.
Carlos LOSILLA