"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Yo no soy un director intelectual, sino sensual. No parto de ideas ni de tesis; mi pensamiento es fundamentalmente visual”, explicó ayer Javier Rebollo tras la presentación de su segundo largometraje, La mujer sin piano. La idea de rodar esta película surgió una madrugada de un lunes laborable en la Estación Sur de Autobuses de Madrid. El director caminaba hacia su casa cuando, de repente, observó a una mujer de la edad de su madre que caminaba hacia la entrada de la estación. “El edificio ya estaba cerrado, pero se dirigía hacia él agarrando una maleta y un bolsito”, recordó Rebollo, quien no paró de pensar en aquella misteriosa mujer. ¿Quién sería?, ¿a dónde se dirigiría? A partir de ese instante el madrileño comenzó a hilar una historia imaginaria que dio como resultado La mujer sin piano, una de las películas que compite en la Sección Oficial.
El largometraje de Rebollo cuenta la historia de Rosa, una solitaria mujer de unos 50 años (Carmen Machi) que decide dar un giro a su vida.Está harta de la rutina y durante unas horas se plantea la posibilidad de abandonar su trabajo de depiladora y huir del hogar que comparte con su marido Francisco. Apenas hay comunicación entre ellos. El hombre sale pronto de casa para ganarse su sueldo como taxista y en las pocas horas que comparten, sólo hablan de dos cosas: los dolores de oído que sufre la mujer y el menú que preparará ésta para el día siguiente.
Harta de esta situación, el 15 de marzo de 2003 la mujer espera a que su esposo se acueste, mete sus pertenencias en una maleta y huye de casa mientras la televisión retransmite la reunión que Bush, Blair y Aznar mantuvieron en las Azores. Antes de emprender el camino, Rosa transforma su aspecto con una peluca y se planta en la estación de autobuses, donde conoce a Radek (Jan Budar), un joven polaco con el que entablará una curiosa amistad a lo largo de toda la noche.
Una historia, varias lecturas
Rebollo explicó en la presentación de su último trabajo que hay muchas maneras de entender su película. La primera es describir La mujer sin piano como una historia de amor entre Rosa y el joven polaco, una posibilidad que choca con afirmar que la protagonista es una mujer que padece el síndrome del nido vacío. “Se puede pensar que Radek sustituye el vacío que ha dejado el hijo de Rosa al independizarse”, explicó el director. Asimismo, cabe la posibilidad de hacer una lectura política en la que se critica la guerra de Irak o hasta se puede hablar del empeño que pone el director en dudar sobre las nuevas tecnologías que, en palabras de Rebollo, en ocasiones dificultan nuestras vidas. Muestra de ello son todas las situaciones cómicas que sufre la protagonista: Correos no le entrega un paquete porque su DNI está caducado, el autobús no le lleva a su destino porque se ha dormido, no puede hacer sus necesidades porque el baño está cerrado, no logra hablar por teléfono porque su hijo no tiene cobertura, no consigue comprar un bocadillo porque es obligatorio sacar previamente un recibo.
Interrogantes en el aire
Rosa inicia su aventura con mucha intensidad, pero al final, una serie de acontecimientos hacen que la experiencia fracase y la protagonista vuelve a su vida cotidiana. Como todos los días, el 16 de marzo se despierta,prepara café, tuesta pan y responde a su marido que no, que no le duele el oído. Todo indica que las aventuras de la noche anterior pasarán al olvido de la mujer, como si de un sueño se tratara, pero inesperadamente, la película da un vuelco: “Francisco”, dice la mujer.“¿qué?”, le responde el marido. Dos palabras que dejan un sabor agridulce al espectador. Los protagonistas inician una nueva conversación de la que no trasciende más información. “Me gusta que el espectador salga de la sala inquieto para que piense sobre las preguntas que han quedado sin responder”, argumentó el director.