En el cine británico de la década de los cincuenta solo trabajaron con cierta regularidad dos directoras, Muriel Box y Wendy Toye. La segunda solo hizo cinco largometrajes entre 1954 y 1962, aunque estuvo activa hasta 1982 dirigiendo varios telefilmes. La obra de Box es más fecunda. En un periodo similar, entre 1952 y 1964, realizó trece películas. Después abandonó por completo la realización y fundó Femina Books, la primera editorial británica dedicada a la publicación de textos feministas. La obra de Virginia Woolf había sido su guía ética e ideológica desde hacía años.
Pero a diferencia de Toye, que se convirtió en realizadora un poco por azar después de ser coreógrafa, Box quería dirigir películas desde muy joven y recorrió todo el escalafón (fue mecanógrafa de un estudio, asistente personal de Michael Powell, script, guionista y responsable del departamento de guiones de la firma Gainsborough Pictures) hasta poder ponerse detrás de la cámara en 1941 para dirigir el corto documental The English Inn, uno de los filmes impulsados por la productora Verity Films que había montado Sydney Box al comenzar la segunda guerra mundial. Firmó aquel corto con el nombre de Muriel Baker. En 1935 se había casado con Sydney, después adoptó su apellido y a partir de sus primeros trabajos conjuntos en calidad de guionistas ya firmó como Muriel Box.
En esta segunda etapa formativa tras su cometido como script, Muriel desarrolló con su marido una escritura ágil a partir de temas y géneros de evidente calado popular: comedias, dramas, policiacos, intrigas sicológicas y filmes históricos. Entre 1945 y 1949 escribieron catorce películas dirigidas por Compton Bennett, Bernard Knowles, Ken Annakin, David MacDonald y Terence Fisher, entre otros, y producidas o bien por Sydney o por su hermana, Betty E. Box.
El séptimo velo(1945), de Compton Bennett, les reportó el Oscar al mejor guion; era la segunda mujer que lo ganaba en esta categoría. Sin embargo, pese a galardones de este tipo y el acento feminista a veces "entre líneas"de parte de su filmografía, Muriel Box no ha tenido hasta la fecha la repercusión y revisión crítica de otras directoras de la época clásica. De ahí el interés de esta retrospectiva que intenta sacar del relativo olvido total –fue reivindicada desde posiciones feministas en los años setenta– a una directora ética y comprometida con el tiempo que le tocó vivir.
Sus películas no poseían, sobre el papel, ambiciones autorales. Eran filmes de género, entretenimientos galantes o relatos de intriga. Pero no todos. En algunos de ellos trató la prostitución, el aborto, el abuso de menores, la bigamia, el maltrato, la delincuencia juvenil femenina y el sexo en edad adolescente. No era nada fácil hacerlo en el contexto del cine para el gran público y en una sociedad poco permisiva como la británica, donde, por ejemplo, la homosexualidad estuvo penalizada hasta 1967. El cine de Box no estaba lejos, en cuanto a premisas temáticas, de la renovación radical que llegaría con los jóvenes airados del Free Cinema.
Se acercó al espíritu de la screwball comedy con Herencia contra reloj (1954), poniendo el acento además en las diferencias culturales entre Gran Bretaña y Estados Unidos. Retrató aquello que el cine patriarcal –tuvo muchos problemas con productores por el hecho de ser mujer– no quería mostrar: Street Corner (1953) sigue el día a día de varias mujeres policías de Londres, personajes ignorados por el género hasta entonces, y ni contó con el apoyo logístico de Scotland Yard.
Simon and Laura (1955), interpretada por Kay Kendall y Peter Finch, es una película muy moderna para la época, una especie de pre-reality show sobre la vida en común de una pareja de conocidos actores. En The Passionate Stranger (1957) manejó el blanco y negro y el color para situarnos en la realidad o la fantasía. The Truth About Women, del mismo año, es un fastuoso ejercicio cromático, mitad drama mitad comedia, que repasa los diversos comportamientos de un hombre con todas las mujeres a las que ha querido.
Too Young to Love (1960) se centra en el juicio a una joven dedicada a la prostitución y Rattle of a Simple Man (1964) versa sobre la relación entre una prostituta y un hincha futbolístico. Las dos son películas de cámara, ambientadas en un juzgado y en un apartamento, que tratan de manera muy abierta la vulnerabilidad y los prejuicios sociales. Obras valientes, aunque no sean estilísticamente atrevidas, que parecen tener más interés y validez hoy que en el momento socialmente oscuro en el que fueron concebidas. De ahí, también, el mérito pretérito y la utilidad presente de la obra de Muriel Box.
Quim Casas