Desde que en 1996 debutase en el largometraje con Citizen Ruth, Alexander Payne (Omaha, 1961) ha ido construyendo una de las filmografías más interesantes del cine norteamericano contemporáneo. Filmes como Election, A propósito de Schmidt, Entre copas, Los descendientes o Nebraska le han procurado reconocimiento internacional y un buen número de candidaturas a los Oscar.
¿Cómo afrontas tu experiencia este año como presidente del jurado en San Sebastián?
A veces pienso que poner a competir películas que nada tienen que ver entre sí es una idea un poco absurda pero, en el fondo, al ser humano siempre le ha gustado este juego. Ya los grandes dramaturgos de la antigüedad, como Sófocles o Eurípides, competían entre sí mirando de reojo lo que hacía el otro. Ejercer de jurado en un festival de cine es un proceso bastante subjetivo. Juzgar la obra de otros directores se me hace difícil, así que prefiero intentar responder emocionalmente.
¿Qué valor concedes al arte cinematográfico en el mundo actual?
En este sentido no creo que mis opiniones puedan ser más reveladoras que las de cualquier otro espectador. Nos gusta pensar que el cine puede contribuir a cambiar el mundo en el que vivimos pero yo soy bastante pesimista al respecto, al menos si pienso a corto plazo. Bien es cierto que hay películas como The Thin Blue Line, de Errol Morris, que tuvieron un efecto inmediato sobre la sociedad. Si te acuerdas, aquél documental hizo que se revisara el caso de su protagonista, un condenado a muerte. Pero, en líneas generales, más allá del impacto social de determinadas películas, creo que el cine tiene un valor testimonial de tal modo que, viendo un film actual, las generaciones futuras puedan asumir nuestro modo de vida actual, del mismo modo que nosotros viendo El gran dictador asumimos las derivas de lo que fue el nazismo.
¿No piensas que el cine contemporáneo adolece de una mirada humanista?
¿Te refieres al que manufactura Hollywood? Puede ser. De todas maneras yo no veo tanto cine contemporáneo como para tener una opinión formada en ese sentido. Lo bonito de presidir un jurado en un festival de categoría A, como el de San Sebastián, es que te da la oportunidad de confrontarte con películas de todo el mundo y ahí sí que ves ese humanismo que el cine estadounidense ha perdido.
Usted, como cineasta, siempre ha apostado por contar pequeñas historias de gente corriente. ¿Hay ahí un empeño por rebelarse contra los discursos dominantes?
Que va, todo responde a algo mucho más sencillo. Yo crecí, como espectador, en los años 70. Por aquél entonces el grueso del cine norteamericano eran películas centradas en los problemas de la gente real y a mí fueron esos filmes los que me inspiraron. Me gusta pensar que hago cine al modo en que se hacía en los 70.
¿No se siente un cineasta a contracorriente?
No, la verdad es que no. Siempre pienso que hay un público para mis películas: por suerte o por desgracia, hay público casi para cualquier cosa (risas). Así que mientras siga ajustándome a presupuestos más o menos ajustados que nos permitan recuperar el dinero invertido en la producción, supongo que podré seguir haciendo cine.
El otro día estuvo impartiendo en Tabakalera una masterclass a los estudiantes de cine. ¿Qué mensaje se les puede transmitir a las futuras generaciones?
Es cierto que viendo el panorama de la industria hoy en día podríamos caer en el desánimo porque acceder a ella está cada vez más difícil. Pero cuando se cierra una puerta se abre una ventana y, actualmente, los métodos de producción se han abaratado mucho. Cualquiera puede comprar una cámara, rodar una película y editarla en casa. Eso por no hablar de lo que se está produciendo para televisión. Ahí sí que encuentras historias maduras e interesantes. Igual estamos viviendo una época de mierda en el cine, pero en la televisión estamos ante una nueva edad de oro.
“Nos gusta pensar que el cine puede contribuir a cambiar el mundo en el que vivimos pero yo soy bastante pesimista al respecto”
¿Cómo valora su propia trayectoria como cineasta?
Tengo sensaciones contradictorias. Por una parte según me hago mayor me gustaría que mis películas tuvieran una mayor profundidad emocional, no conformarme con ser un cineasta con buena técnica. Pero por otro, cuando veo alguno de mis primeros trabajos, como Election, me parecen tan frescos que pienso ‘Me gustaría volver a hacer algo así’ (risas). Pero es difícil, si eres curioso lo normal es que, inconscientemente, tu experiencia vital repercuta en tu trabajo.
Jaime Iglesias