Esther García nació en 1956 en un pueblo sin cine. Cedillo de la Torre (Segovia) era uno de esos lugares diminutos en los que no había sala de cine en una época en la que casi toda España iba al cine. Pero, de vez en cuando, en fechas señaladas, aparecían por el pueblo unos peliculeros que proyectaban cintas en el salón de baile. Una tarde, llevada a hombros por su padre, Esther, con ocho o nueve años, vio una película española, Los Tarantos, de Francisco Rovira Beleta. Al ver a Carmen Amaya y Antonio Gades, Esther tembló de emoción. Había sido atrapada para siempre por el embrujo del cine. Y nunca mejor dicho, en este caso, lo de embrujo.
Un día pensó que, por qué no, ese, el del cine, podía ser su mundo. En sus sueños no se veía como actriz ni directora. Lo que ella quería era estar detrás y alrededor, pero nunca delante. Tenía la cabeza muy bien ordenada y le encantaba organizar y formar equipos para facilitar que las cosas salieran adelante. Su primera experiencia fue de secretaria en Pim, pam pum… ¡fuego!, de Pedro Olea, en 1975, con dieciocho o diecinueve años. Luego, en la serie Curro Jiménez o en películas de Mariano Ozores, Gonzalo Suárez, Emilio Martínez Lázaro o Fernando Colomo se fogueó en las tareas de producción, en un tiempo en el que casi ninguna mujer se ocupaba de ellas.
Una persona decisiva fue Cristina Huete, la mujer y productora de Fernando Trueba, con la que Esther trabajó en Sé infiel y no mires con quién y El año de las luces. Cristina confiaba tanto en ella que le concedió absoluta autonomía. Le hizo creer en sí misma, le hizo crecer, le hizo volar.
En ese momento, mediados de los años ochenta, Pedro y Agustín Almodóvar, otros dos chicos de la España profunda, intuyeron que Esther podía ser una formidable compañera de viaje en la productora que acababan de alumbrar. Dieron en el clavo. La empresa se llamaba El Deseo. Ella se propuso estar a la altura de ese nombre y especializarse en cumplir el deseo de los otros.
Esther García ha sido una bendición para la carrera de Pedro Almodóvar; o, lo que es lo mismo, una bendición para el cine español y mundial. Esa condición de gran figura internacional es lo que exalta, por todo lo alto, el Premio Donostia. En 2018 el Ministerio de Cultura le otorgó el Premio Nacional de Cinematografía. En julio de este 2025 la Academia de Cine le concedió el Elías Querejeta. Y, ahora, esto.
Ser la productora de alguien de la envergadura y el alcance de Pedro Almodóvar es una condición maravillosa pero muy exigente: requiere quedar por encima de la etiqueta y no defraudar nunca las expectativas.
Su trabajo al lado de Almodóvar puede eclipsar, pero no debería, su impresionante actividad en proyectos de Álex de la Iglesia, Isabel Coixet, Guillermo del Toro, Félix Sabroso, Dunia Ayuso, Lucrecia Martel u Oliver Laxe. Películas como Acción mutante —una aventura inolvidable que le puso a prueba y aceleró su madurez como productora—Mi vida sin mí, El espinazo del diablo, La vida secreta de las palabras o Sirat también llevan su sello y salieron beneficiadas de su excelencia.
En cierto modo, Esther es la productora soñada. Es la profesionalidad, la capacidad de trabajo y la experiencia. Se las sabe todas y las ha vivido de todos los colores. Ha enfrentado ese tipo de desafíos mayúsculos que son capaces de tumbar a cualquiera. Menos a ella.
Como es natural, ha inspirado o alentado muchas vocaciones y un montón de jóvenes productoras la toman como referencia.
Es una líder sin querer. Mantiene un fuerte compromiso con sus compañeras. Forma parte de la Asociación de Mujeres Cineastas (CIMA) y, desde un feminismo fetén, no ceja en su empeño por disparar la presencia de la mujer en la industria del cine. Son más, muchas más, que cuando ella comenzaba. Pero aún son muy pocas. Eso dice siempre Esther.
Pero, y esto es lo esencial, lo que la consagra como un excelente ser humano es su adorable personalidad, su equilibrio, su decencia inelectual e ideológica y su amor verdadero por la gente. Mi madre decía que de una persona que sea cariñosa de verdad, siempre te puedes fiar. Y eso es lo que me transmite Esther, confianza, afeco y alegría.
Debe ser cosa de familia: su hermana Lola, otra persona clave del día a día de Pedro Almodóvar, también es una mujer encantadora a la que le gusta la gente.
Qué buenos padres los suyos, qué buena infancia de pueblo sin cine.
Luis Alegre