La retrospectiva de cine clásico que ofrece este año el Festival está consagrada a una guionista y dramaturga estadounidense que ha experimentado fases muy distintas en cuanto a la apreciación de su obra. Lillian Hellman (1905-1984) fue cualquier cosa menos una mujer cómoda o acomodada. Considerada una de las primeras autoras de teatro importantes de su país, empezó a trabajar en la industria de Hollywood, concretamente en los estudios de Samuel Goldwyn, cuando el sonido ya se había instaurado y las productoras buscaban temáticas fuertes, socialmente comprometidas, que conectarán con los espectadores que aún vivían la recesión económica y no podían imaginar que en poco tiempo estarían a las puertas de otra contienda bélica mundial. Aunque su primer trabajo acreditado fuera adaptando un texto ajeno en El ángel de las tinieblas, un drama en el que los efectos de la guerra juegan un papel importante, Hellman se haría un hueco en el Hollywood de aquellos años adaptando personalmente sus piezas teatrales, todas ellas representadas con éxito en los escenarios de Broadway.
La loba, estrenada en teatro en 1939 y llevada al cine por William Wyler en 1941, constituiría el mayor de sus éxitos. Define el estilo y las obsesiones de esta escritora sureña para quien el núcleo familiar y patriarcal, el arribismo, la guerra, la violencia institucional, el compromiso de izquierdas, la descripción de ciertas clases sociales del viejo Sur y la reflexión sobre el poder de la mentira (algo muy de actualidad), serían elementos capitales en la configuración de un universo muy personal que ella misma, como guionista, supo trasladar a la perfección del teatro al cine entendiendo la diferencia de lenguajes, lo que su teatro podía aportar al cine y lo que el medio cinematográfico podía potenciar de sus argumentos cada vez más universales.
Hellman volvió a los personajes de La loba en la precuela Another Part of the Forest, pieza que ella misma había dirigido en Broadway. Además de teatro y cine, practicó una tercera modalidad, la de los libros de memorias, o de falsas memorias, o de autoficciones, que la llevarían a ser cuestionada por algo que hoy saludamos como totalmente lícito: pulsar los recuerdos trufándolos de elementos imaginados, soñados, que se creen haber vivido pero en realidad no han ocurrido. El conflicto saltaría con la autobiografía “Pentimento” y la adaptación de una de sus partes en Julia, película de Fred Zinnemann en la que Jane Fonda encarnó a la escritora.
Junto al díptico sobre Regina Hubbard Giddens, interpretada por Bette Davis en La loba –volvería a trabajar con la actriz en el manifiesto antifascista Watch on the Rhine– y por la joven Ann Blyth en Antoher Part of the Forest, el otro texto fundamental de Hellman es “The Children’s Hour”, una obra de 1934 en torno a la mentira que conoció dos versiones cinematográficas, realizadas ambas por Wyler: Esos tres y La calumnia. En la segunda pudo hacerse explícita la relación lésbica entre las dos profesoras protagonistas, Audrey Hepburn y Shirley MacLaine, pero lo que verdaderamente le importaba a Hellman era hablar del poder devastador de una mentira que hace tambalear los más firmes cimientos de personajes íntegros.
Como guionista que adapta textos de otros autores, Hellman destacó en La jauría humana, exponente del pre- Nuevo Hollywood por su exposición de la violencia paroxística de una sociedad enferma y por su renovado star system, con Robert Redford y Jane Fonda a la cabeza de las nuevas tendencias, aunque el protagonista sea un escéptico y castigado Marlon Brando.
Comprometida con la causa comunista –le costó darse cuenta de los desmanes estalinistas– y con la de la República española –viajó a Madrid para escribir varias crónicas de la guerra civil–, Hellman enarboló siempre la bandera de la independencia. Lo hizo en todos los aspectos de su vida, incluido el afectivo y sexual, con su larga y nada normativa relación con el autor de novela negra Dashiell Hammett.
Quim Casas