Nuestra tierra, la nueva película de Lucrecia Martel, con guion coescrito junto a María Alché, participa en la sección Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián, tras su paso por Venecia. El film argentino parte del asesinato del líder indígena de la comunidad Chuschagasta, Javier Chocobar, para desplegar una compleja reflexión sobre el despojo territorial y la violencia estructural del Estado argentino. Entrevistamos a Alché, cineasta con una reconocida trayectoria en el Festival.
¿Cómo ha sido volver al Festival?
Sentimos este Festival como nuestra casa. Rebordinos y su equipo tienen mucho cariño por el cine argentino, y el público es una maravilla. En estos momentos del mundo, se agradece que exista un Festival donde su director se proclame políticamente y tome una posición respecto a lo que está ocurriendo en Gaza.
Precisamente el film llega en un momento crítico para la humanidad. ¿Qué quisieron mostrar con su enfoque sobre el territorio?
Que todo el mundo necesita un espacio para vivir, educarse, desarrollarse. Y que hoy esas formas de vida están siendo atacadas por un mundo supremacista, blanco, colonialista, de la mano de Trump, Netanyahu o nuestro Presidente de ultraderecha. Es el momento de defender otros modos de vida y pensar la humanidad desde otros lugares.
La película parte de un caso real.
Sí, a partir de unas imágenes donde se ve lo previo al asesinato de Javier Chocobar. Empezamos a tirar del hilo de las causas de esa muerte, no solo las inmediatas, sino las estructurales: cómo la República invisibiliza a estos ciudadanos y desestima sus reclamos.
¿Cómo investigaron el caso?
Leímos la causa judicial hoja por hoja durante un año. Analizamos el lenguaje: cómo se los llama “indios” como un genérico, sin distinguir pueblos diversos. Cómo la colonia los esclaviza, la república los niega, y luego se los llama vagos, salteadores. El lenguaje nombra y desnombra, invisibiliza.
¿Cómo consiguieron el vínculo con la comunidad?
Primero fue con personas específicas que conocían muy bien la historia. Fue emocionante ver cómo luchaban desde su lugar con una enorme persistencia. Eso nos generó mucho respeto y deseo de colaborar.
El proyecto ha durado más de una década.
El juicio fue en 2018, pero el proceso viene de mucho antes. Había un deseo de no simplificar la historia y asumir otra responsabilidad con la realidad. En un tiempo donde todo es urgente y veloz, valoro que haya proyectos que se hacen a otro ritmo.
María Aranda Olivares
¿Cómo fue escribir junto a Lucrecia Martel?
Lucrecia tiene una capacidad de enfoque impresionante. Va como una excavadora, escarbando poco a poco. Su atención es amorosa, curiosa, entusiasta. Eso fue muy contagioso. Todo el equipo se apropió del proyecto, queríamos dar lo mejor. También nos transformó en nuestra manera de entender nuestro país y su historia.
¿Cómo están viviendo la situación del cine argentino?
Muy mal. La cultura y el cine han sido atacados. Ha estallado una batalla cultural contra el cine porque es un espacio de identidad, memoria, cuestionamiento. El Instituto de Cine no está funcionando, el dinero está en una timba financiera y no se usa para hacer películas. Si no hay formación, ni concursos, ni apoyo a las óperas primas, no hay futuro. Y lo que se está destruyendo es una industria virtuosa de pequeñas y medianas empresas que necesitamos que siga existiendo.