Si bien se aplaude masivamente a los actores de método, ésta no es la única manera de hacer las cosas. Bien lo sabe Jennifer Lawrence (Indian Hills, 1990), la actriz más joven en recibir el Premio Donostia, que con su propio sistema ha desafiado –con evidentes resultados– las enseñanzas de Stanislavski. Ahora bien, todo requiere matices. Pese a ser autodidacta y no haber recibido formación académica formal –o precisamente por ello–, a lo largo de sus veinte años de carrera Lawrence ha reconocido haber modificado en parte su forma de trabajar al compartir set con compañeros formados en el sistema del maestro ruso, como Leonardo DiCaprio, y al ponerse a las órdenes de realizadores como Darren Aronofsky.
Persuadiendo a sus padres, abandonó el colegio a los catorce años –padece, además, TDAH– con el objetivo de alcanzar su sueño de ser actriz. Sus interpretaciones, que abarcan un amplio abanico de registros en proyectos con más calado del que aparentan en la superficie, se caracterizan por la escasa preparación previa y por guiarse, principalmente, por la pura intuición. Fue esta la que le permitió ganar su primer y único Óscar hasta la fecha –ha estado nominada cuatro veces, tres de ellas bajo la dirección de David O. Russell– con Silver Linings Playbook (El lado bueno de las cosas), en la que aportó notables dosis de improvisación.
Sin haber alcanzado aún la mayoría de edad, Lawrence comenzó a trabajar con pequeños papeles en series de televisión procedimentales como Monk o Cold Case (Caso abierto). Su primera gran oportunidad llegó en 2010 con Winter’s Bone y su papel de Ree –que le valió su primera nominación de la Academia de Hollywood–, la hija de un fabricante de metanfetamina que debe sacar adelante a su familia en un entorno marcado por la violencia, la delincuencia y la pobreza.
La segunda década del siglo XXI consolidó otro de los rasgos fundamentales del llamado Método Lawrence: combinar sagas cinematográficas asentadas en el mainstream y la cultura pop con propuestas más autorales. De la primera destaca la segunda tetralogía de X-Men, dirigida por el controvertido Bryan Singer, en la que la estadounidense tomó el relevo de Rebecca Romijn al encarnar a una versión más joven de Mística, transformando a un personaje en principio secundario y cubierto de maquillaje azul en una figura central dentro de la saga.
Su primera interpretación como la mutante cambia-formas fue en 2011 y, al año siguiente, inauguró otra de las franquicias de fantasía que la hicieron famosa entre los adolescentes. En The Hunger Games (Los juegos del hambre), adaptación de la trilogía literaria de Suzanne Collins, Lawrence, con una exigente preparación física – como también haría después en la intensa Red Sparrow (Gorrión rojo, 2018)–, se convirtió en el Sinsajo, una revolucionaria que desafía el determinismo de una sociedad dividida en clases que sacrifica a sus hijos en la arena de combate para mantener el poder.
En Passengers (2016) continuó en la senda del gran entretenimiento, esta vez rumbo a las estrellas, mientras que uno de sus papeles más complejos llegó con Mother! (Madre!, 2017), un trabajo que –este sí– le exigió tres meses de ensayos antes de rodar. Compartió plató con el Premio Donostia 2023 Javier Bardem, en un nuevo acercamiento de Aronofsky al concepto de trascendencia religiosa, que llevó a ambos actores a ofrecer interpretaciones cargadas de oscuridad, desconcierto y miedo.
Ese registro contrasta con la vertiente más cómica de Lawrence, presente también en muchos de sus trabajos, como en la satírica Don’t Look Up (No mires arriba, 2021) o en la provocadora No Hard Feelings (Sin malos rollos, 2023), esta última producida por su propia empresa, Excellent Cadaver, que también impulsó Causeway (2022), centrada en cuestiones como la salud mental, otro de los temas de interés de Lawrence. Con todo ello, la intérprete se convierte en la Premio Donostia más joven de la historia, avalada por un currículum –y un método– más que justificado.
Harri X. Fernández