Más que una simple película, Ciudad sin sueño representa la culminación de un proceso de seis años. Ese fue el tiempo que estuvo el cineasta madrileño Guillermo Galoe en el poblado chabolista de la Cañada Real con un fin muy concreto: ser capaz de mirar a los ojos al otro para conocerse mejor a uno mismo.
¿Cómo fue esa inmersión de seis años en la Cañada Real?
Siento que mis películas son fruto de un proceso de exploración, tanto de lugares remotos como de universos personales. En este caso, todo parte de un deseo de encuentro con el otro como una manera de conocernos mejor a nosotros mismos. Ciudad sin sueño es una película que intenta derribar esas barreras de alteridad, esos discursos de odio que hoy en día aparecen tan legitimados. El cine ofrece la posibilidad de potenciar una manera distinta de ver. Esa inmersión, por lo tanto, vino dada por la necesidad de mirar a los ojos a esas personas que no están ahí, en la puerta de tu casa, en el mercado... Nuestra responsabilidad como cineastas es acercar los márgenes al centro.
Pero, ¿por qué esa búsqueda le llevó hasta la Cañada Real en concreto?
Pues porque es un lugar que está atravesado por una idea de pérdida, de desvanecimiento. Es un sitio que desde hace años se está desmantelando y donde, sobre sus habitantes, pesa una sensación de desahucio. Es algo que me interesaba abordar en imágenes.
O sea que cuando usted llegó allí ya tenía en mente el deseo de rodar una película.
Sí, claro. La idea era rodar una película en aquel lugar y que sus protagonistas se filmaran a sí mismos. Nuestra idea era poner en diálogo diferentes maneras de mirar. También tuvimos claro, desde el principio, que esos protagonistas deberían ser niños porque la mirada infantil es una mirada abierta, donde caben la magia y el asombro.
Pero, ¿cómo se ganó su confianza?
Fue un proceso largo. Hicimos talleres de cine para adolescentes y, de hecho, el cortometraje Aunque es de noche surgió de uno de esos talleres. Pero la idea de hacer un largo estuvo siempre ahí. ¿La confianza? Bueno, al final es el mismo proceso que estableces con cualquier persona, se trata de ir cultivando la empatía, la interacción, el encuentro… Y de hacerlo con tacto, con paciencia y desde la normalidad.
¿Fue complejo encontrar los rostros que encarnasen esa realidad? ¿Cómo organizaron el trabajo de casting?
Al principio montamos un casting a la manera tradicional y enseguida nos dimos cuenta de que aquello no funcionaba, así que terminamos por ir puerta a puerta, lo cual nos dio la oportunidad de conocer personalmente a muchos de los habitantes de la Cañada Real y de explicarles lo que queríamos hacer. Fue así como encontramos esos rostros y esas voces.
Su película va más allá de esas etiquetas que parecen definir eso que se ha venido llamando “cine social”. En este sentido, Ciudad sin sueño es una película más poética que política.
Pero, ¿es que hay alguna manera más directa de acceder a la vida que la poesía? Hacemos cine como hacemos poesía. La poesía no entiende de mensajes, no tiene un fin moralizador y el cine tampoco, el cine no está para aleccionar al espectador sino para confrontarnos con la complejidad humana. A veces sobreestimamos el discurso, la verborrea, la necesidad de explicarlo todo. Pero la poesía genera una conexión más fuerte que la que podemos establecer a nivel cognitivo. A veces las cosas que no llegamos a entender son las que más nos vinculan.
Jaime Iglesias Gamboa