La directora chilena Dominga Sotomayor fue la encargada de inaugurar ayer Horizontes Latinos con Limpia, película inspirada en el best-seller de Alia Trabucco, que cuenta la relación entre Estela, trabajadora doméstica de una familia acomodada, y de, Julia, la niña de seis años a la que cuida. Sotomayor vuelve al Zinemaldia tras codirigir con Carla Simón el cortometraje Correspondencia, que participó en Zabaltegi-Tabakalera en 2020.
El proyecto le llegó a través de Juan de Dios Larraín, hermano de Pablo de Larraín, ambos productores de la película junto con Rocío Jadue. “Le dije: la necesito leer para ver si me la imagino. Y me encantó; me imaginé una película muy personal, con ciertos temas de mis películas que se repetían, como los niños, la vida doméstica y la observación de las relaciones complejas de los personajes”, confiesa la directora. Plantearon hacer una adaptación un poco libre, respetando el espíritu de la novela, “pero centrándonos en un tiempo mucho más preciso, sólo un verano, cuando la niña ya tiene seis, en vez de los siete años que transcurren en el libro. El corazón de la película era centrarnos en Estela y Julia, mientras que el libro es más amplio”, añade. Para ella bucear en el libro fue “un proceso muy delicado; consistía en ir encontrando elementos para construir esta ficción, que deja muchas cosas del libro fuera y también inventa otras”.
La película la escribió con Gabriela Larralde en cuatro meses y se filmó en seis semanas, un tiempo récord para lograr la conexión entre las dos protagonistas de la historia, interpretadas por María Paz Grandjean y la pequeña Rosa Puga Vittini. Grandjean afirma que todo fue sobre ruedas porque la niña “lo facilitó todo con su talento y simpatía. Fue muy entretenido trabajar con ella”.
Limpia no es una película sobre la vida de una empleada doméstica. Es la historia de dos personajes complejos: “Dos soledades expuestas que habitan en esa casa gigante rodeada de cristaleras”, comenta Sotomayor. La diferencia de clases se va desvelando poco a poco, sin un juicio directo, en esa cotidianeidad, donde se aprecia un cariño entre ambas, pero también se palpa la desigualdad. Para la cineasta era importante que “se sintiera una película real. Traté de olvidar los roles para no acabar retratando a la pobre empleada doméstica que da su vida por esa casa y después no es parte de esta familia o centrándome en la pobre niña que no ve a sus padres y convertirla en víctima. Creo que hicimos un esfuerzo, en el tiempo acotado que hay en una f icción de una hora y media, para tratar de dar un poco de humanidad y capas a cada uno de los personajes”. Sotomayor afirma que trató de moverse en la ambigüedad moral: “Podemos sentirnos vinculados con todos los personajes de alguna manera; siendo en algún momento un poco la niña, un poco la madre o la dueña de la casa”.
La música se convierte en un elemento importante de la película para acceder al mundo de las emociones de Estela: “Es un personaje muy silencioso y la música podía ayudarnos a entender otra capa más de este personaje”. Para la directora era interesante construir esa banda sonora que acompaña a Estela: “Fue un paralelismo que quise hacer con el libro porque al padre de la niña no le gustaban las palabras que le enseñaba la cuidadora. La música se convirtió en la manera en que la niña escucha el mundo de Estela; le muestra un mundo al que ella no hubiera accedido de otra manera, que la empapa y la enriquece”, apunta.
María Aranda