El filósofo francés Jacques Derrida y la etimología griega nos dicen que archivo, ἀρχεῖον, evoca la casa del vencedor. Desde hace siete años, el Festival de San Sebastián ha procurado hacer una lectura crítica de su archivo sin centrarse en su pose más favorecedora, sino buscando la fotografía más nítida del momento y, si estaba desenfocada, explicar los motivos del granulado. Otras miradas atrás del Festival, las retrospectivas, también intentan iluminar los ángulos ciegos del pasado en busca de los espacios en blanco de la historia del cine y de la suya propia. El archivo del Festival no custodia ninguna referencia sobre Lillian Hellman, protagonista del ciclo de la 73ª edición. Ni fue invitada, ni se registra mención alguna acerca de ella. Bette Davis, que interpretó a la Regina de La loba y a la Sara de Watch on the Rhine, no la recordó en su célebre rueda de prensa en el Hotel María Cristina. Sí habló de William Wyler –“el más grande director que jamás tuve”–, al que ambas admiraron. “Era el director más grande de América –escribió en sus memorias Hellman– Sabía cómo meter tanto en una toma que me parecía que yo podía dejar de decir algunas cosas, porque Wyler haría que se vieran”.
El Festival también se acordó de Wyler. Antonio de Zulueta y Besson envió el 5 de abril de 1960 una carta al 1121 de Summit Drive de Beverly Hills para proponerle formar parte del jurado de la octava edición. La fecha no parece casual, porque la noche anterior Wyler había ganado los Oscar a la mejor película y al mejor director por Ben-Hur, pero el director del Festival se disculpó por no haber escrito antes debido a un prolongado viaje por Latinoamérica. En una misiva fechada el 29 de abril de 1960 y recibida el 9 de mayo, Wyler explica a “Mr. Besson” que también leyó su mensaje con retraso por no encontrarse en casa y que volvía a ponerse en camino en dirección al Festival de Cannes, donde el director inauguró el certamen con Ben-Hur el 4 de mayo. Se disculpaba por no poder asistir pues debía estar de vuelta en Los Ángeles en las fechas de San Sebastián, que se celebraba ese año del 9 al 19 de julio, sin especificar la razón (“as my presence will be required back in California”). Sin embargo, dejó abierta una puerta: “Perhaps, however, I shall be able to attend sometime in the future”.
Esa promesa vaga nunca se materializó. Quien estuvo más cerca de San Sebastián, siquiera geográficamente, fue Hellman, que viajó a España durante la Guerra Civil con la intención de reforzar la simpatía internacional hacia la causa republicana. Se desplazó a Valencia, a Madrid y a Barcelona, y finalmente partió en tren desde la capital catalana directamen te a Francia. “Sentí desazón al llegar a Toulouse, tan segura, tan a resguardo de la guerra”, dejó por escrito la guionista, que participaría en Tierra de España (Joris Ivens, 1937) junto a Hemingway y Dos Passos. Fue en esa época, en los años treinta, cuando Wyler y ella se hicieron amigos. Juntos afrontaron el efecto del Código Hays, vigente desde junio de 1934, que velaba por la integridad moral de los espectadores y supuso la censura de la relación lésbica de la obra teatral original de Hellman “The Children’s Hour”. La historia no siempre avanza hacia adelante: un año después, en 1935 ya no era posible hablar de una relación homosexual entre mujeres. La película tuvo que modificar su título para no ser vinculada con el texto dramático, y el conflicto amoroso se transfiguró en dos mujeres enfrentadas por un hombre en Esos tres (1936). A principios de los sesenta, coincidien do con la invitación de San Sebastián, tuvieron una segunda oportunidad.
A Lillian Hellman le gustó la idea de recuperar la obra con su conflicto original, pero rehusó escribir el guion. Dashiell Hammett, la pareja intermitente de la dramaturga, estaba muy enfermo. La situación personal también silencia voluntades y vocaciones. Wyler solo consiguió que aceptara corregir el nuevo guion que acabó escribiendo John Michael Hayes. La laguna se hace más honda porque sucedió después de ocho años de silencio cinematográfico: Hellman fue acallada tras su aparición en las listas negras del senador McCarthy. Como aventura la crítica Nuria Vidal, es muy posible que su declaración en 1952 ante el Comité de Actividades Antiamericanas explique por qué “The Autumn Garden”, “considerada una de las mejores obras teatrales que escribió”, nunca fuera llevada a la pantalla. Habría una gran retrospectiva del cine que, por razones políticas, económicas y sociales, no pudo ser. Artxiboa quizá pueda ser también el relato de sus puntos suspensivos.
Ruth Pérez de Anucita