El ejercicio de una profunda cinefilia siempre ha caracterizado al veterano realizador francés Arnaud Desplechin, autor de películas como Un cuento de Navidad (Un conte de Noël, 2008) o Tres recuerdos de mi juventud (Trois souvenirs de ma jeunesse, 2015), entre otros reconocidos títulos de una nutrida filmografía que arrancó (compitiendo en Cannes) en 1992 con La sentinelle. Perfecta traducción de ello fue el documental Cinéfilos (Spectateurs!) que se exhibió el año pasado en San Sebastián dentro de la sección Zabaltegi-Tabakalera, y lo demuestra también en su nuevo largometraje de ficción, Deux pianos, con el que aspira a la Concha de Oro en esta edición del Zinemaldia, una película que el director explicaba ayer con referencias a Ingmar Bergman o François Truffaut.
Deux pianos parte de un planteamiento argumental muy inspirado en el melodrama clásico: una suerte de amor fou, triángulos sentimentales, el retorno de un personaje tras años de ausencia y el descubrimiento de un hijo que no sabía que tenía, son ingredientes reconocibles en el canon del género, y que Desplechin emplea para hacer un retrato de personalidades solitarias que a menudo juegan la vida al todo o nada; personajes que afrontan, traumáticamente, sus pasiones hasta el extremo, ya sean sentimentales o artísticas, como hace el protagonista Mathias (interpretado por François Civil, presente también en San Sebastián) respecto a su carrera como virtuoso del piano, y que encuentra en su vieja maestra Elena (Charlotte Rampling) la posible proyección de un futuro quizás no deseado.
No es arbitraria la elección de la música como pasión del protagonista en una historia con personajes tan heridos (un melodrama de fantasmas, como lo definió el propio Desplechin): “La música sirve para calmar el dolor y darte una razón para vivir”, afirmaba el realizador francés. Música y silencios. El silencio también adquiere su propio peso en esta historia. “En mis películas siempre he estado atento al sonido de las personas. Por eso no le tengo miedo a los silencios, forman parte del sonido humano”.
Elogio de la fuga
El director no ofrece apenas información sobre el pasado de los personajes, y tampoco lo hizo con los intérpretes. Ni siquiera les permitió ensayar o interactuar entre ellos hasta el propio rodaje. Es la técnica habitual de Desplechin: “De este modo cada personaje guarda una parte de la verdad global del film”. Para la actriz Nadia Tereszkiewicz, “cada intérprete hacíamos nuestro propio viaje en solitario y nos sorprendíamos en nuestras reacciones los unos a los otros”; y añadía ayer el actor François Civil: “Fue muy enriquecedor. Tenernos que preguntar sobre los personajes nosotros mismos también es muy interesante, porque es lo mismo que le sucede al público”.
En última instancia, el film de Desplechin se interroga sobre las acciones, o inacciones, que tomamos en la vida en relación a nuestras pasiones más profundas. Bromeaba el actor François Civil: “Lo sé todo sobre el dolor en el amor, y si reaccionas de forma pasiva, como hace el personaje de Mathias, también estás realizando una acción”. Este discurso le daba especial confianza a Despelchin: “En el cine parece que siempre hay que introducir acción, acción, acción… Pues bien, no hacer nada, decidir no luchar, es también una forma de acción”, explicaba. Y concluía: “A veces hay que marcharse y dejarlo todo”. En buena medida, esta historia es un elogio de la fuga, y para Desplechin ahí precisamente reside el núcleo de la película.
Gonzalo García Chasco