Viejo conocido del Zinemaldia, donde presentó películas como Finales de agosto, principios de septiembre (Oficial) o Después de mayo, el director galo regresa al Festival para diseccionar la figura del hombre que moldeó la figura política de Vladimir Putin.
¿Cómo fue escribir el guion de El mago del Kremlin con Emmanuel Carrère? ¿Por qué acudió a él para esta historia?
Carrère es un amigo al que conozco desde hace muchos años. Además de un magnífico escritor es un gran cinéfilo. De hecho, cuando yo escribía en “Cahiers”, él lo hacía en “Positif”. A pesar de mantener una relación tan estrecha nunca habíamos hecho nada juntos. Así que cuando adquirí los derechos de la novela de Giuliano da Empoli en la que se basa esta película y dado el conocimiento que atesora Emmanuel Carrère sobre la evolución de Rusia tras la caída del comunismo, pensé que era la oportunidad idónea para trabajar con un amigo.
Esta es una película que, entre otras cosas, habla sobre el ejercicio del poder. ¿Qué singularidad le ofrece un personaje como Putin a la hora transitar por un escenario así?
Rusia, a lo largo del siglo XX, atesora un amplio historial de estrategias de manipulación, sobre las ideas y sobre la población. Cada generación ha ido reinventando estas estrategias en función de las herramientas de las que ha dispuesto en cada momento. Las dinámicas que, en este sentido, se dieron durante los estertores de la guerra fría por parte de los servicios secretos rusos, lejos de alumbrar un fenómeno autocrático local, sentaron las bases de una manera de ejercer el poder que hoy podemos ver en países como Argentina, Hungría o EE.UU. En este sentido, Vladimir Putin fue un pionero a la hora de diseñar estrategias encaminadas no solo al ejercicio del poder sino a perpetuarse en él.
Me ha parecido encontrar una conexión entre El mago del Kremlin y Carlos. En ambas películas usted dirige su mirada al pasado para reflexionar sobre el presente político. ¿En qué medida este nuevo orden mundial tiene su origen en los años finales de la guerra fría?
Su origen está ahí, qué duda cabe, pero retomando esa analogía que haces entre Carlos y El mago del Kremlin yo creo que se trata de obras que parten de una mirada distinta. En Carlos estaba hablando de una realidad que había acontecido tres décadas atrás. En este sentido, mi mirada es casi la de un historiador mientras que en El mago del Kremlin la mirada es casi la de un cronista. Por otra parte, en Carlos todo el mundo conocía las acciones del personaje, el reto estaba en adentrarse en sus motivaciones, en comprender la lógica que las inspiraron en aquel contexto marcado por guerra fría, mientras que El mago del Kremlin es una historia que surge de las ruinas de aquel período.
¿Diría que la Rusia de los años 90 puede ser explicada atendiendo al gatopardismo, a ese viejo axioma de que es necesario que las cosas cambien para que todo siga igual?
En aquella época Rusia vivió un espejismo de libertad, pero la generación de lo que llamamos “los nuevos rusos” se dio prisa en fundamentar su poder sobre viejos mecanismos. El totalitarismo soviético se ha reconstruido progresivamente, hasta el punto de tener actualmente en el Kremlin a un presidente que habla de la Rusia estalinista sin ningún tipo de complejo. Los mecanismos que le llevaron al poder, y a través de los cuáles fundamenta el ejercicio de su autoridad, hoy se encuentran ampliamente extendidos.
Sin embargo, el verdadero protagonista de El mago del Kremlin no es Vladimir Putin, sino Vadim Baranov, el hombre que creó su leyenda y que fue supervisando eso que hoy en día denominamos “el relato”.
Hoy en día los políticos son la imagen pública de poderes más profundos y lo más inquietante es que esto no define únicamente los regímenes autocráticos. Cuando me reuní con Giuliano da Empoli, para adquirir los derechos de adaptación de su novela, lo primero que le dije fue “es una obra muy bien documentada, supongo que has estado largas temporadas en Rusia porque denotas un conocimiento exhaustivo de los tejemanejes políticos de aquel país”. Y él, para mi sorpresa, me contestó “en Rusia apenas he estado en un par de ocasiones, mi mayor influencia a la hora de escribir esta novela fueron los años que pasé trabajando como consejero para Matteo Renzi”. Es decir, tanto en un régimen totalitario como el de Rusia como en un sistema democrático, como el italiano, se reproducen mecanismos similares a la hora de construir el relato político.
En Carlos fue muy minucioso rodando en escenarios naturales y respetando la pluralidad de idiomas de los protagonistas de la historia. ¿Por qué optó por rodar una historia tan rusa como la de El mago del Kremlin en inglés?
Cuando rodé Carlos, lo hice imbuido de una sensación de libertad como no he vuelto a tener desde entonces. No solo es que rodase en el idioma del personaje, es que lo hicimos en nueve países distintos y, a pesar de ser una producción francesa, pudimos elegir a los actores que deseamos más allá de que fueran conocidos o no en Francia. Pero la industria ha cambiado mucho y ya no existen esos márgenes de libertad que había hace quince años. Aún así mi primer deseo fue rodar El mago del Kremlin en ruso con actores rusos, pero cuando asumimos que eso era imposible (ningún actor ruso iba a poner en riesgo su carrera participando en un film crítico con la figura de Vladimir Putin), la opción más lógica era la de rodar en inglés porque eso nos permitía encontrar más fuentes de financiación.
Jaime Iglesias Gamboa