Ganadora del premio del público en el último Festival de Annecy, Amélie et la métaphysique des tubes adapta la novela homónima de Amélie Nothomb. En sus páginas, la escritora belga evoca su nacimiento y su primera infancia en Japón, país donde su padre estaba destinado en misión diplomática. Esta historia cautivó a Maïlys Vallade (con una larga trayectoria como animadora) quien, junto a su socio Liane-Cho Han, debuta en la dirección de largometrajes con esta película.
¿Por qué decidieron adaptar esta novela de Amélie Nothomb?
Fue Liane-Cho Han, con el que llevo trabajando desde hace años, el primero en leer la novela. Me dijo que ahí había una historia con mucho potencial y me animó a comprarme el libro. Cuando lo leí me resultó cautivadora esa mirada al mundo por parte de una niña de tres años, una mirada llena de filosofía, pero también muy sensorial. La singularidad de la historia estaba ahí.
¿Diría que se trata de una historia sobre vulnerabilidad e indefensión?
Sí y lo fascinante de esta historia es la capacidad para hablar de esas sensaciones durante la primera infancia, un período que pocos escritores han alcanzado a describir con la fuerza de Amélie Nothomb. En dicho período se va determinando nuestra personalidad, ahí está el origen de las emociones sobre las que vamos moldeando nuestra forma de ser. Yo creo que, por esa misma razón, nuestra película admite dos niveles de lectura y nuestro mayor desafío es justamente ese, interesar a niños y adultos.
Aunque la película esté narrada desde la mirada de una niña, se trata de una niña atípica con una gran determinación.
Estoy de acuerdo, pero ahí radica la singularidad de su mirada. El hecho de que durante su primer año de vida permanezca inmóvil observando a los demás y que, de repente, salga de ese letargo y comience a hablar y a cuestionarlo todo, le da al personaje una fuerza adicional. En ese momento asumimos que enfrentarse a la realidad conlleva la construcción de una identidad propia.
De ahí esa lectura adulta que antes comentaba…
Claro, la idea es confrontar al espectador adulto con el niño que ha sido y que es, porque resulta indudable que todos seguimos llevando dentro de nosotros a un niño. Pero, por otra parte, creo que esta historia también puede resultar edificante para los espectadores más jóvenes, para que puedan encontrar esos puntos de referencia que todos necesitamos tener para comprender aquello que nos rodea.
En el film palpitan una serie de cuestiones que casi nunca suelen abordarse en el ámbito de la infancia, como el desarraigo o las tensiones que conlleva el choque de civilizaciones…
Sí y eso es, en cierto modo, una apuesta que hicimos nosotros porque se trata de asuntos que en la novela están simplemente apuntados, pero sobre los que nos apetecía profundizar porque ante escenarios así de complejos el espectador necesita que le den una esperanza o una salida. De ahí que los personajes de Kashima-San y de Nishio-San nos los planteásemos como las dos caras de una misma moneda. Cada una a su manera ayudan a Amélie a comprender el mundo, no solo las cosas positivas sino también los traumas, el dolor…
A propósito de esa complejidad emocional que atesora el film, ¿no le resulta fatigoso, a estas alturas, justificar que el cine de animación no es cosa de niños?
Afortunadamente, creo que se trata de una idea que no tiene la fuerza que tenía hace unos años. La animación no es un género, sino una herramienta que te permite contar historias desde distintos lugares. Creo que el anime japonés ha sido decisivo para que haya habido ese cambio de percepción y puede ser positivo tomarlo como referencia. Con esto no quiero decir que debamos esforzarnos por hacer animación “a la japonesa”, aunque de cara a rodar un film ambientado en Japón como éste, no puedo negar que fue una fuente de inspiración.
Jaime Iglesias Gamboa