No debería escribirse ni leerse esto en la publicación de un festival, santuario de las versiones originales, templo del respeto máximo a los títulos verdaderos y no a los adaptados a las versiones dobladas, títulos que tantas veces esconden una maligna inclinación a dirigir la mirada, el pensamiento y la actitud del espectador hacia las convicciones políticas, morales, sociales que el adaptador considere adecuadas, justas y necesarias para el bien de la comunidad.
Dicho esto, confesemos abiertamente que La loba, el título en castellano de la película de William Wyler con guion no solo de la propia Hellman, autora de la obra de teatro estrenada en 1939, sino de la mismísima Dorothy Parker, esa divina neoyorquina pletórica de sarcasmo, de ironía y de frases que hasta Oscar Wilde hubiese admirado y envidiado, funciona muchísimo mejor que ese Little Foxes que le puso Lillian, por mucho que pertenezca a El Cantar de los cantares, maravilla de maravillas del que todos recordamos esa reafirmación de raza y color que son los versículos “Negra soy pero hermosa, hijas de Jerusalén (…) El sol me miró. Y me pusieron a guardar las viñas…”
Continúa la etíope su clamor y justo en el capítulo 2 le dice a su amante la frase que da origen al título del film iluminado en las oscuridades de las almas de sus protagonistas por Gregg Toland (el maestro máximo que se puede decir inventara la profundidad de campo): “Cacemos los pequeños, las pequeñas zorras, que echan a perder las viñas, porque nuestras viñas están en brote”.
Es cierto y lo dice uno de los personajes de este grandísimo drama, el Sur de los Estados Unidos estaba en aquel 1900 lleno de pequeños zorros que destrozaban las viñas y las vidas de quienes como ellos y ellas no eran (pobre, pobre Birdie, esposa de Ben Hubbard, interpretada por Patricia Collinge, actriz y escritora que trabajó en el guion de Náufragos, junto a Alma Reville y Ben Hecht). Sin embargo, entre nosotros el título La loba cimentó la gloriosa notoria y feroz fama que siempre tuvo y tan bien se trabajó Ruth Elizabeth Davis por las películas de las películas amén. Había empezado antes, por supuesto. Mucho antes. Pero generaciones de consumidores de aquel cine en blanco y negro que de tan matizado nunca nos hizo echar en falta el color, aún seguimos estremeciéndonos cuando la vemos observar, impasible, la agonía de su marido. Cuando por un puñado (grande, ¿a qué negarlo?) de dólares le niega las gotas salvadoras a Horace Giddens, un personaje honrado y justo del que ustedes sabrán más (y por qué ella se casó con él) si ven Another Past of the Forest, la, llamémosla feamente así, ‘precuela’ de La loba, también programada en esta retrospectiva,
La Loba. ¿Quién como ella? En lo alto de la señorial escalera de la mansión de los Giddens. Implacable. Cruel. Insensible. Fascinante. Alguien dirá hoy que es muy típico del hetero patriarcado echar toda la culpa, desde el título adaptado, al personaje femenino. Puede. Pero da igual. Entre unos zorrillos destroza vides y una Gran Loba insaciable, algunos preferimos a la segunda. Sin dudarlo. En este grandioso pedazo de celuloide, finalista a nueve categorías de los Oscar y con una puesta en escena, una composición tan excelente y un montaje tan vibrante que olvidas que adapta una obra teatral, ninguna de las criaturas masculinas acumula maldad tan perfecta. Ellos son pequeños zorros. Ella, la Davis es La loba. Y yo creo que Dorothy Parker lo sabía y le entregó sus mejores frases. Larga vida, por cierto, a la hija de Regina Giddens, ella es lo único puro en esa madriguera.
Begoña Del Teso