La directora francesa Charlène Favier, reconocida por su debut Slalom, participa este año en el Festival de San Sebastián como miembro del jurado de New Directors, la sección que da visibilidad a cineastas emergentes. Entre proyección y proyección, nos recibe para conversar sobre estas películas primerizas. Es el cuarto día del Festival, aun queda mucho por ver y más aun por sentir, porque Charlène Favier habla con las emociones a flor de piel.
¿Cómo se siente estos días en el Zinemaldia?
¡Genial! Es un privilegio estar aquí. La atmósfera es muy especial y la ciudad me parece fantástica. Tengo una casa en Biarritz y vengo a menudo porque soy surfista y senderista. Me encanta el País Vasco por su naturaleza y su clima cambiante. Esa mezcla de nubes, lluvia y sol me resulta muy cinematográfica, inspiradora y misteriosa.
En cuanto a la competición, ¿cómo se predispone para cada proyección? ¿Ve alguna temática que recorra la selección?
Siempre entro sin leer sinopsis, me gusta dejarme sorprender. Y sí, he notado un patrón: muchas son historias de “coming-of-age”, de jóvenes en busca de identidad… ¡Incluso casi todas de las que he visto hasta hoy incluyen escenas en un aula!
Siendo usted cineasta, ¿cómo afronta el papel de jurado?
He sido jurado varias veces y me gusta mucho porque te permite vivir unos días en una burbuja cinematográfica, viendo película tras película y reflexionando. El diálogo contigo mismo y con los demás jurados es muy enriquecedor, porque el cine es subjetivo. Por esa misma razón, no me gusta la idea de “juzgar” un film: no me interesa la competencia ni ponerme por encima de una obra. Prefiero cuestionar mis emociones y preguntarme qué me despierta una película. Así es también como concibo mi forma de hacer cine, no dirijo a los actores, trabajo con ellos.
¿Y qué tal la dinámica entre los miembros del jurado?
Hasta ahora no hemos hablado de las películas. Cuidamos nuestros pensamientos, nuestros sentimientos. Creo que es bueno esperar para ver si la película se te graba en el corazón.
¿Toma notas?
No, sencillamente me llevo las películas, vivo con ellas. No soy de tomar apuntes: no fui a ninguna escuela de cine. Soy autodidacta, como cineasta y como mujer. Pienso y vivo con las emociones.
Ha presentado sus películas en festivales como Cannes. ¿Qué recuerda de aquellas primeras experiencias?
Un festival es importante para una película: ayuda a las ventas, a que la industria te reconozca. Pero siempre me incomoda la idea de la competencia y que nuestro sector tenga esa relevancia en los medios. No soy médico en un hospital ni trabajo en una zona de guerra: solo hago cine. Me alegra que mi trabajo se vea, lo necesitamos para poder seguir pero trato de recordarme que no soy nadie.
Las actrices con las que trabajó en su último film (Oxana, 2024), sí viven un país en guerra.
Empecé a escribirla antes de la guerra en Ucrania. Rodamos en Hungría, pero con actrices de Kíev muy comprometidas con la historia (y ahora con la guerra de su país), que cuenta la vida de Oxana Chatchko, artista iconoclasta, cofundadora del movimiento FEMEN, religiosa… luchó contra Putin y Lukashenko y defendió los derechos de las mujeres y la democracia. Conocerla a través de la película me impactó profundamente. Creo que hacer cine significa devolver algo al mundo, aunque sea una emoción o un pequeño mensaje que despierte conciencias.
¿Y qué nos puede contar de su próxima ficción?
La rodaré aquí, en el País Vasco, entre Biarritz, San Sebastián y Pasaia. Es un thriller sobre mujeres, deseo y drogas. El guion ya está escrito y planeo filmarlo en abril. Estoy muy ilusionada con este proyecto.
Marc Barceló