El mar no solo es un paisaje, es refugio, es hogar, y eso lo saben bien los donostiarras. Por eso, quizás, es tan acertado que The Son and the Sea, de Stroma Cairns (Londres, 1992), se estrene hoy en el Kursaal, a escasos metros del mar. En el film, Jonah, un joven de Londres, decide escapar del caos en el que se ha convertido su vida y con él emprendemos un viaje que huele a sal, a pérdida y a redescubrirse a uno mismo.
La película cuenta cómo Jonah, acompañado de su mejor amigo Lee, viaja hasta la costa noreste de Escocia buscando aire nuevo, un espacio donde recomponerse o donde Jonah espera escapar del desastre en el que se ha convertido su vida en Londres. Allí conocen a Charlie, que sufre de una sordera profunda y está de paso visitando a su hermano gemelo. Es en esa salvaje costa —entre acantilados, viento y cielos pesados— donde comienza la amistad, donde la vulnerabilidad se hace visible, donde la alegría surge, aunque arda la herida. Esa amistad crece y finalmente lleva a Jonah a descubrir la valentía de ser vulnerable y a darse cuenta de que la alegría se puede encontrar a pesar de la pérdida. Porque para Jonah escapar no es huir, sino reencontrar aquello que ha dejado atrás en la ciudad, aquello que se fue perdiendo entre ruido, inercia y culpa.
Stroma Cairns, guionista y directora, presenta una película de pausas medidas, de miradas largas, donde lo que no se dice tiene tanto peso como lo que se expresa. El viaje es también interno: cada personaje lleva su carga consigo, su silencio, sus secretos. En Lee palpita el miedo a lo que venga, en Charlie un aislamiento impuesto por el cuerpo, pero también una forma distinta de habitar el mundo. Jonah, el hijo que se encuentra con un mar que arremete, pero que también acoge, aprende que la amistad puede ser un puerto, no solo un consuelo.
El proceso de rodaje no fue precisamente sencillo. “El mayor reto fue el clima escocés. Era verano, pero el tiempo fue espantoso, incluso los locales lo decían”, cuenta la directora. El rodaje tuvo lugar en Pennan, una aldea remota y de mucho significado para Cairns — allí creció su abuelo y también se rodó Un tipo genial—. Se trata de una localización rodeada de acantilados y con una única calle flanqueada por el mar. “Había localizaciones que requerían caminar por rocas resbaladizas. Fue un desafío técnico, pero el equipo respondió con entusiasmo”.
Esta ópera prima tiene también un componente íntimo: su madre coescribió y produjo la película, y su hermano la protagoniza. “Rodar con mi familia fue liberador. Nos entendemos, confiamos plenamente, y eso se contagió al ambiente del set”, explica la cineasta londinense. La idea surgió en plena pandemia, tras una serie de grabaciones caseras y una reflexión sobre la sordera —una vivencia personal— que ya había explorado en su cortometraje If You Knew. La propuesta de su madre fue el detonante: unir a los gemelos protagonistas del corto y a su hermano Jonah; unir esos dos mundos en un largometraje que hablara de la pérdida, del duelo y de la conexión desde lo real, que se mostrara a dos protagonistas sordos en la pantalla simplemente enfocándose en ellos como persona, no en su condición.
Cairns define la película con una sola palabra: “descubrimiento”. Y, si bien está orgullosa del resultado técnico, lo que más valora es haber llegado hasta aquí fiel a sus raíces. “He soñado con hacer una película con mi madre desde que rodábamos cortos con mi hermana. Poder mostrar esta parte de Escocia, que tanto ha significado para nosotros, y usar la música de Gavin Clark —padre de Jonah y fallecido hace diez años— es una forma de cerrar el círculo. Que eso conecte con el público es lo más emocionante de todo”.
Iratxe Martínez