El cineasta brasileño Sergio Oksman mantiene una relación muy estrecha (muy afectiva en sus propias palabras) con el Zinemaldia, y también con la Elias Querejeta Zine Eskola, en la que ha sido tutor muchos años. En 2021 fue miembro del jurado de la sección Zabaltegi-Tabakalera, en la que este año compite con Una película de miedo.
Te gusta navegar entre el documental y la ficción, pero ¿puede ser Una película de miedo tu mayor acercamiento a lo segundo?
Esta película es tan ficción o tan documental como lo fue O Futebol, aunque es verdad que quizás en este caso acentúe el juego entre ambos. La película comienza como una película de género, de terror, es decir, una evidente ficción, pero luego, cuando no consigo dar forma como tal a esa ficción, comienzo a trabajar con materiales brutos, como el registro del último verano de la infancia de mi hijo, u otros materiales, y todo junto se convierte en una fábula, en una escenificación. Pero por ejemplo en O Futebol, había una apariencia de registro documental sin intervención ni manipulación, pero era eso, aparente, porque manipulé completamente los diálogos.
¿Cómo nace el proyecto? Hay varias fuentes detectables: la película El resplandor, el registrar un verano con tu hijo, la recuperación de imágenes de tu padre procedentes de O Futebol, o tu trabajo previo para hacer un documental sobre la figura histórica del asesino Diogo Alves…
Lo primero era pasar un verano con mi hijo en espacios de miedo, porque se trataba de su último verano de infancia, y me interesa observar los miedos de cuando todavía era niño. Pero eso no funcionó porque nada le daba miedo: ni las películas, ni los crímenes de un asesino en serie, ni los lugares que visitábamos… Así que no hay manual de instrucciones, voy dando tumbos, probando cosas… El proceso me fue llevando por todos esos recursos.
El caso es que al final, en conjunto, se detecta una coherencia entre todos los motivos empleados: ¿Podría ser el tema central de esta película una indagación de cuánto nos condiciona nuestra herencia biológica? Tú con respecto a tu padre, tu hijo respecto a ti, la genética como posible condicionamiento de la naturaleza criminal de Diogo Alves…
Absolutamente. La película juega con eso. Tampoco quiero explicar demasiado porque trato de provocar al espectador y es el espectador el que tiene que unir las piezas. Pero sí, la película trata de la herencia, de lo atávico, de ahí también la alusión a la frenología. ¿En qué me parezco a mi padre? ¿Voy a repetir lo que él hizo conmigo con mi propio hijo? ¿Y qué herencia que yo le deje va a condicionar su vida? Hablo de esos miedos.
Pero también con respecto a la herencia del propio cine. La herencia de El resplandor es visible. Pero es que en todo lo que grabamos están los fantasmas de las imágenes ya grabadas. Como están los fantasmas del padre y del hijo que fuimos y ya no existen. Cuando estaba montando la película, dos años después de grabar las imágenes, apareció mi hijo y me pareció ver un fantasma. A aquel niño de las imágenes grabadas se lo había comido el adolescente. Me dio un escalofrío. Ése es parte del miedo al que se refiere el título. En esta película se juntan el miedo del padre y el miedo del cineasta. Y terminar la película ha significado liberar al padre y al cineasta.
¿Y tu hijo cómo se tomó el proyecto?
Al principio sólo le dije: vamos a hacer juntos durante este verano una película siguiendo las huellas de un asesino en serie. Aceptó encantado. La verdad es que tenemos un juego en común que consiste en grabar imágenes de gente con el móvil e inventarnos sus vidas. Permanentemente estamos inventando historias juntos. Ahora lo íbamos a hacer con un equipo grande, no con el móvil, pero eso me afectó a mí, no a él. Es un gran actor. La figura del padre se supone que es la protectora, pero en este caso me estaba ayudando él, me estaba protegiendo él. Y eso es también parte de la fábula que hemos construido.
Gonzalo Garcia Chasco