A los cinéfilos en ciernes que nos pilló el estreno de Julia (1977) en la adolescencia o la primera juventud, la película de Fred Zinnemann nos descubrió el alcance y algunas de las motivaciones del compromiso social y político de Lillian Hellman, su importancia como escritora y sus inquietudes y desvelos como artista. Quizás íbamos más atraídos por la figura de su pareja, el maestro de la novela negra Dashiell Hammett que tanto fascinaba en aquellos finales de los setenta por la recuperación de “El halcón maltés”, novela y película, o “Cosecha roja”. O no nos habíamos fijado aún en que Hellman era la firmante de los guiones de Dead End o La jauría humana. Pero salimos convencidos de que Hellman no era la señora de nadie, ni a la sombra de otro escritor: Hammett aparece en Julia solo como ocasional, casi fantasmagórico, consejero o apoyo, aunque Jason Robards ganó un Oscar por su interpretación. La coprotagonista Vanessa Redgrave y el guionista Alvin Sargent se llevaron las otras dos estatuillas, de las once nominaciones que obtuvo una de las películas más consideradas de ese año.
Julia se basa en una parte del segundo volumen de memorias de Lillian Hellman, titulado “Pentimento”, un concepto que en la primera secuencia del film se explica como el arrepentimiento de un artista que borra un primer boceto con otro superpuesto. Una idea evocadora de las incertidumbres, anhelos, frustraciones y fugacidades que acompañan a Hellmann en su recuerdo de la larga pero inestable relación de la escritora y guionista con su amiga desde la infancia, salpicada a lo largo de los años por la distancia física, el compromiso político de la descendiente de aristócratas que estudió medicina y se implicó en la lucha antinazi, y un afecto mutuo del que las circunstancias históricas les impide disfrutar. Quedan solo levemente apuntados los deseos profundos hacia Julia de la autora de La calumnia.
Ese plano inicial crepuscular con la silueta en la barca (dicen que es la verdadera Lillian Hellman quien ahí se vislumbra, aunque no intervino en otros aspectos del film) y la voz en off esbozando la sensación del pentimento y sus primeros recuerdos acerca de Julia ya marca el tono evocador, melancólico, agridulce, que tendrá la película. Construida en diferentes tiempos mezclados, a veces como impulsos, otras como añoranzas o imágenes repentinas del pasado, incluye también un tramo casi de suspense en el largo viaje en tren hacia Rusia, pasando por Berlín, para ayudar a la causa antinazi. Una aventura arriesgada por devoción a Julia, que le impregna a Lillian de la convicción y generosidad de sus ideas izquierdistas.
En esas evocaciones que hace el personaje de Hellman interpretado por Jane Fonda puede haber algo de novelesco o cierta confusión, pero prevalece la fascinación a veces conmovedora que provocan los elementos que pone en juego hábilmente Fred Zinnemann, en la que fue la penúltima película del director de Solo ante el peligro: la casa junto a la playa vacía que comparte con Hammett, donde trata de escribir una comedia de éxito; los recuerdos de adolescencia de una Julia (Vanessa Redgrave) radiante e inspiradora; el misterio y las lagunas en la relación que atormenta a Lillian; el brío de una narración que combina el intimismo y el convulso contexto histórico a través del hábil guion de Alvin Sargent; la cálida fotografía de drama de calidad de los setenta a cargo de Douglas Slocombe o la melancólica melodía que conduce la excelente música de Georges Delerue. Y sobre todo, las actrices, Jane Fonda y Vanessa Redgrave en su esplendor, a través de una relación plena y abrupta al mismo tiempo, enriquecedora y dolorosa, rasgada por las circunstancias.
Ricardo Aldanondo