Hay cineastas cuyas circunstancias personales hacen que sus películas trasciendan la categoría de simples obras cinematográficas hasta adquirir un valor testimonial innegable. Desde que en 2009 fuera detenido por primera vez por las autoridades de su país, el iraní Jafar Panahi se ha convertido en un símbolo de resistencia. Sus películas, rodadas la mayoría de ellas en condiciones de clandestinidad, denotan el valor del activista, pero también el talento del artista. La última de ellas, Un simple accidente, con la que consiguió la Palma de Oro en Cannes (galardón que se suma al León de Oro de Venecia por El círculo y al Oso de Oro de la Berlinale por Taxi Teherán) se puede ver este año en Perlak.
Un simple accidente es un film que narra los deseos de venganza de una comunidad de represaliados, pero el protagonista, según avanza el relato, va abandonando esas pulsiones para abogar por el perdón. ¿Hace suya esa visión?
Yo no creo que Un simple accidente sea una película sobre el perdón o sobre la venganza. Es más simple que todo eso, se trata de un film donde sus protagonistas lo que demuestran es humanidad. Hace unos meses Israel bombardeó Teherán. Uno de sus misiles impactó sobre el principal centro penitenciario de la ciudad derribando sus muros e hiriendo lo mismo a presos que a guardias. Los primeros, en lugar de aprovechar la ocasión para huir, lo primero que hicieron fue ir a socorrer a sus carceleros. ¿Ese gesto implica perdón? Yo creo que no, que lo que implica es humanidad. Con los personajes de mi película ocurre algo parecido. Su principal preocupación tiene que ver con su futuro, con el modelo de sociedad que quieren construir.
Es llamativo que, a partir de un hecho casual se vaya desencadenando esa espiral de acontecimientos dramáticos que van dando forma al relato, el cual, dicho sea de paso, está salpicado de elementos de humor absurdo…
Sí, pero eso no es mérito mío ni es algo que haya inventado yo. Creo que esa manera de ver las cosas está en el ADN de los iraníes. Somos un pueblo capaz de sufrir la peor de las tragedias y a los dos días estar haciendo chistes sobre ello. Ver el lado absurdo de las cosas es una especie de mecanismo de supervivencia.
¿Es consciente de que para muchos cineastas de otras tantas latitudes usted es una especie de ejemplo de resistencia?
No sé si tanto, pero sí que agradezco las muestras de solidaridad y apoyo que he recibido por parte de muchos colegas durante todos estos años. No hay pena más dolorosa que sentirse solo y ver que hay otros directores en otros muchos países que apuestan por el cine como una herramienta para expresar su descontento social; resulta alentador, le hace sentirse a uno más arropado. Es importante mantener una actitud de resistencia y abogar por un mundo más justo donde las cosas sean de otro modo.
Esta película, como muchos de sus últimos films, fue realizada en condiciones de clandestinidad. ¿Cómo encara uno un rodaje así?
No es algo que yo haya buscado, las circunstancias me han hecho adaptarme a ello. La primera vez que encaré un rodaje así fue hace más de diez años, en mi propia casa, junto a un amigo. Hicimos un cortometraje, pero aquello tenía poca entidad cinematográfica. A partir de ahí, empecé a pensar argumentos como el de Taxi Teherán que me permitían narrar historias más ambiciosas. Sin todo ese bagaje previo no podría haberme planteado un rodaje como el de Un simple accidente.
Me imagino que también resulta doloroso no poder compartir sus films con el público iraní.
Naturalmente cuando uno hace una película la hace con el deseo de que ésta llegue al público. Al final es cuestión de tiempo. Ahora mismo no puedo estrenar mis películas en mi país, pero tenemos que tener paciencia y confiar en el destino. De momento, todas mis películas están en manos de empresas de distribución extranjeras y no pierdo la esperanza de que, más pronto o más tarde, se vean en Irán.
Jaime Iglesias Gamboa