Hoy pueden verse en la retrospectiva consagrada a Claude Sautet dos de sus obras más emblemáticas, Max y los chatarreros (1971) y Ella, yo y el otro (1972). La protagonista de ambas es Romy Schneider, actriz bien identificada con el tipo de cine que practicó el director. La misma complicidad que logró con Schneider la consiguió con las parejas de la actriz en estos dos filmes, Michel Piccoli, el hierático comisario Max, e Yves Montand, en un personaje que representaba al “nuevo rico de los años setenta, sin complejos, jactancioso, posesivo y, en consecuencia, extremadamente celoso”, en definición del cineasta. Montand fue siempre un portento de interpretación, uno de esos actores con los que trabajar resultaba complicado porque su presencia lo llenaba todo y podía anular a los demás. Piccoli, de un savoir faire distinto, supo combinar los personajes burgueses de Sautet con los también burgueses que encarnó para Luis Buñuel o Marco Ferreri, quienes mejor atisbaron su vis más irónica.
No puede entenderse el cine desplegado por Sautet en los años 70 sin estos dos actores. A ambos los emparejó con Schneider, pero en papeles muy distintos, y también los convirtió en el centro absoluto de otras de sus películas. Mado (1976) gira en torno a Piccoli, del mismo modo que Garçon! (1983) es un film pensado para Montand y es probable que, sin su concurso, en el papel de un camarero entre irónico y crepuscular, Sautet no hubiera hecho esta comedia de apariencia distendida.
Y, por supuesto, también los emparejó a ellos dos en otro de sus títulos más conocidos, Tres amigos, sus mujeres y… los otros (1974), donde, junto a Serge Reggiani –los Vincent, François y Paul del título original– formaron un triunvirato francés de hombres casados y descolocados que, con mucho menos alcohol de por medio, podrían rivalizar con los maridos de la película homónima de John Cassavetes.
Así que Sautet dirigió en cuatro ocasiones a Piccoli –Las cosas de la vida, Max y los chatarreros, Tres amigos, sus mujeres y… los otros y Mado– y en tres a Montand –Ella, yo y el otro, Tres amigos, sus mujeres y… los otros y Garçon!–, por lo que les conocía bien, sabía cómo tratarlos y estos conocían a la perfección lo que el director esperaba de ellos. Una relación cordial no exenta de momentos de tensión.
Pero antes de Montand y Piccoli, estuvo en la obra de Sautet un actor bien distinto como Lino Ventura, uno de los grandes rostros (graníticos, taciturnos, en apariencia inexpresivos) del cine policiaco francés junto a Jean Gabin y Alain Delon. Con él hizo sus dos películas pertenecientes a este género, A todo riesgo (1960) y Armas para el Caribe (1965) –y una tercera que Sautet escribió y realizó parcialmente, La fiera anda suelta (1959)–, componiendo papeles que Piccoli y Montand no hubieran podido abordar, del mismo modo que a Ventura le habría costado ser Max, César, Vincent, François o cualquier otro.
Sautet buscaba siempre actrices y actores con los que entenderse bien, la quimera de cualquier cineasta. Y oteaba el horizonte en búsqueda de nuevos valores. Trabajó con la pareja canalla formada por Gérard Depardieu y Patrick Dewaere en Los rompepelotas (1974) de Bertrand Blier: con el primero en Tres mujeres, sus amigos y… los otros, y con Dewaere en Un mauvais fils, la historia de un joven toxicómano sobre la que el actor proyectó no pocas situaciones reales. Eran las grandes promesas de su generación. Depardieu cumplió, aunque después se ha convertido en parodia de sí mismo. Dewaere se quitó la vida disparándose con un rifle en julio de 1982.
A finales de los 80 encontró una cierta renovación en la figura de Daniel Auteuil, a quien descubrió en el díptico El manantial de las colinas / La venganza de Manon (1986), adaptación de una obra de Marcel Pagnol en la que Auteuil trabajaba con… ¡Yves Montand! Sautet aplicó el relevo generacional a partir de Quelques jours avec moi (1988), en la que Auteuil aceptó interpretar un personaje que no entendía en absoluto y que el director le ayudó a comprender. Después hicieron juntos Un corazón en invierno (1992), en la que Auteuil formó pareja con la que entonces era su pareja real, Emmanuelle Béart, algo que al principio no le gustaba demasiado al director, pero situación a la que finalmente supo sacarle partido.
Quim Casas