Producida y protagonizada por Ricardo Darín, Argentina, 1985 recrea el juicio civil contra los miembros de la Junta Militar que gobernó Argentina entre 1976 y 1983. Un hecho sin precedentes que le sirve a Santiago Mitre (El estudiante, Paulina, La cordillera) para articular un vibrante film político.
A pesar de estar narrada como un drama judicial al uso, Argentina, 1985 es un film que atesora muy poca épica para lo que suele ser habitual en este tipo de relatos.
Queríamos hacer una película que transmitiera un grado de verdad grande. Antes de entrar en lo que es el juicio, que es el meollo de la película, necesitábamos presentar al fiscal Strassera en su intimidad familiar y mostrándolo en su faceta más humana, con ese carácter de cascarrabias que según todos tenían y con las dificultades que tuvo para armar un equipo de investigación antes del juicio. Lo cierto es que los grandes acontecimientos suelen estar protagonizados por personas normales.
¿Se impuso el deber de hacer justicia al personaje a la hora de armar el guion?
Mariano Llinás y yo estuvimos documentándonos dos años. Recabamos mucha información y aunque conocíamos algunas cosas del proceso, lo cierto es que descubrimos muchas otras. Pero después de todo ese proceso, decidimos “ahora lo que tenemos es que escribir una película” y ahí optamos por una estructura más clásica que pusiera en valor todo aquel proceso y que hiciera conocer a los espectadores, sobre todo a los más jóvenes, todas las heridas que dejó abierta la dictadura.
¿Por qué ese empeño por activar la memoria en las generaciones más jóvenes?
Pues porque me duele mucho ver a tipos de 17 años reivindicando cosas de la dictadura. Es algo con lo que no puedo. Supongo que todas las democracias tienen que lidiar con su propia decadencia, pero los políticos deberían reflexionar sobre porqué existe esa desconfianza en las instituciones.
Los fiscales que protagonizan la película ponen todo su empeño en ganar el proceso, pero, sobre todo en ganar la batalla de la opinión pública a la hora de derrotar a la dictadura.
Sí, especialmente Luis Moreno Ocampo, que luego llegaría a ser fiscal jefe de la Corte Penal Internacional de La Haya. Él siempre decía: “La primera batalla hay que ganarla en el campo de lo real y la segunda batalla en el campo de la memoria”. Es decir, no se trata solo de hacer justicia sino de comunicar bien los hechos de la justicia. Pero lo importante es que la sociedad argentina, al votar masivamente por Alfonsín, quien en campaña habló de enjuiciar a los militares, quería ese juicio y apoyaba ese juicio. Y eso es algo que, como argentino, me llena de orgullo porque en aquella época en el resto de países
de América Latina se mantenían las dictaduras con una sociedad civil que prefería mirar para otro lado.
¿El cine también es una herramienta para ganar la batalla de la memoria?
Sí, sin duda, y es una gran herramienta, además. A mí me interesa el cine que hace pensar, que confronta al espectador con hechos históricos. Desde ese punto de vista puedo decir que mis películas son abiertamente políticas. El problema es que el adjetivo “cine político” se suele usar para definir un tipo de cine doctrinario o educativo con el que no conecto demasiado.
¿Vivimos en una época que adolece de héroes?
Sí, de hecho, entre la clase política de los últimos años hay muchas víctimas y pocos héroes. Estamos huérfanos de esas figuras de referencia.
Su película tiene una voluntad testimonial ya desde su mismo título. ¿Quería darle un enfoque antropológico?
En cierta medida me interesaba ahondar en esa idea de la memoria que comentábamos y para eso decidí jugar con los formatos. Tuvimos mucha suerte porque las sesiones del juicio estaban grabadas y pudimos combinar imágenes de aquel proceso con lo que rodamos nosotros. También pudimos grabar en los mismos edificios y lugares donde tuvo lugar la acción que narramos en el film.
Jaime Iglesias