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L’île rouge es un recorrido por los recuerdos nebulosos de su director Robin Campillo, que nos traslada geográficamente a Madagascar y temporalmente a los años setenta; un ejercicio de memoria sobre la propia infancia del director y sobre los estertores del colonialismo francés en la isla.
La infancia de Campillo en una base aérea del ejército francés en Madagascar nutre una película que discurre en su casi totalidad bajo el punto de vista que proporciona la mirada de un niño. “Bajo la mirada infantil hay exotismo, fantasía, paraíso… Mi mundo era un cuento de hadas”, explicaba el director. Pero detrás de esa ilusión existe una violencia que se comienza a intuir: “Esta película trata sobre la violencia oculta. Es como un retrato del paraíso en el que hay un telón tras el cual se percibe una violencia que no se sabe definir; una violencia que se siente, pero no se ve”.
Campillo habla de la violencia del colonialismo y la crueldad ejercida por el ejército francés en Madagascar. Pero para el niño esa parte es invisible; él en realidad la comienza a detectar en las relaciones cotidianas de su entorno. Por eso el film va siguiendo su punto de vista, que va cambiando el foco de unos personajes a otros. Eso representó un reto para los actores. “Conocíamos bien a nuestros personajes, Robin nos los explicó con mucho detalle, pero no sabíamos cómo iba a utilizar las distintas percepciones del niño sobre nosotros. Me sorprendió mucho el resultado cuando vi la película por cómo juega trasladando la atención de unos personajes a otros”, explicó la actriz Nadia Tereszkiewicz.
El personaje del padre, encarnado por el actor Quim Gutiérrez, resulta clave como figura patriarcal y miembro del ejército francés, ya que ejemplariza la violencia oculta del colonialismo y otra todavía más indefinible en el seno de su propia familia. Pero a la vez ofrece muchos rasgos de humanidad y padece en sí mismo cierta discriminación por su origen español. “La realidad se basa en impulsos contradictorios”, apuntó Gutiérrez.
“Quería que el film denunciase la crueldad del colonialismo, pero para ello quería que el espectador se sintiera primero inmerso en una familia agradable. El componente de denuncia sólo se explicita al final, cuando la mirada infantil se retira y cede el protagonismo al pueblo”, explicó Campillo. Por eso es oportuna la canción “Adiós a la infancia” que canta la población de Madagascar: “Si alguien quiere hacer un cambio político tiene que dejar de ser un niño”.
Máscaras
La perspectiva infantil que domina la película se acentúa con la recreación de las aventuras de Fantômette, la niña heroína de una serie de comics. Campillo decidió incluir la representación de estos relatos infantiles porque son los comics que realmente leía él de niño en Madagascar: “Fantômette para mí fue como dar vida a un personaje que tenía mucho sentido para mí. Yo de verdad quería ser como esa heroína, y es verdad que tuve un traje como el que se ve en la película que me hizo mi madre”.
Además, eso le permitió recrear un universo inspirado en el cómic que, por su naturaleza, resulta marcadamente artificial e infantil, algo que conectaba mucho con las intenciones del director: “Quería crear algo que fuese completamente falso y que se relacionara con la ilusión de paraíso que el niño tiene del mundo real. Además, ese universo de fantasía que imagina el niño me permitía la licencia de poblarlo de personajes con distintas máscaras. Yo quería muchas máscaras, porque también los personajes del mundo real las llevan”.
Gonzalo García Chasco