“Para mí ser cineasta es un hecho existencial, no profesional”, declaraba Víctor Erice en un encuentro con el público en el Festival de Locarno de 2014, donde se le concedió un Leopardo a la Carrera. El director respondía así a ese supuesto misterio que atraviesa su filmografía, y sobre el que le han preguntado una y otra vez: la escasez de largometrajes. Solo tres a lo largo de dos décadas. Y ahora un cuarto, Cerrar los ojos, más de treinta años después de El sol del membrillo (1992). Su ópera prima, El espíritu de la colmena (1973) sigue siendo un hito insuperado del cine español, un drama con ribetes de fábula que en pleno tardofranquismo narraba la pérdida de la inocencia en esa España de 1940 desde los ojos de una niña. En la aridez infinita del paisaje castellano de la posguerra, la pequeña protagonista Ana (Ana Torrent) encuentra refugio en el cine, que también le acaba proporcionando los códigos para interpretar el escenario silenciado de víctimas y de monstruos de la España franquista.
El espíritu de la colmena supuso un giro respecto a una de las primeras incursiones en corto de Erice en el cine, su episodio del film colectivo Los desafíos (1969), producido por Elías Querejeta, una propuesta que haciendo honor a su título exhibía una visión de la España del momento y de su vínculo con Estados Unidos cargada de un simbolismo, una sexualidad y una violencia explícitas y brutas, de una clara vocación confrontativa con los modos de la época.
Erice cambió la simbología psicoanalítica de ese mediometraje por una más poética y espiritual en El espíritu de la colmena. Y, sobre todo, aparcó la perspectiva voyeurística autoconsciente del hombre adulto que asoma en Los desafíos por la mirada inocente de una niña como lugar desde el que aproximarse al mundo a través del cine. Un posicionamiento que sigue dejando huella, como demuestran las películas de toda una nueva generación de mujeres cineastas, con Carla Simón como ejemplo más paradigmático. Y una capacidad para el asombro que anhela reencontrar en Cerrar los ojos.
Una capacidad para el asombro que anhela reencontrar en Cerrar los ojos
Su segundo largometraje, El sur (1983), a partir de una novela de Adelaida García Morales, se estrena inacabado, en tanto el director no logra rodar la segunda parte. No será el único proyecto frustrado en la carrera de Erice, cuya forma de entender el cine no encuentra encaje en la industria española. Un poco a la manera de esos protagonistas masculinos de sus films, como el propio Omero Antonutti en El sur, que se escapan o se apartan de un sistema político y moral represivo al que no se quieren adaptar, al tiempo que se resisten a considerarse derrotados.
Con El sol del membrillo, Erice demuestra su capacidad para experimentar con otras formas del cine sin abandonar algunas de sus inquietudes habituales. En este cuento de otoño, el cineasta encuentra en Antonio López una figura en que espejar su búsqueda de la pureza artística a través del seguimiento del proceso de creación de un cuadro, que pasa por el vínculo con la realidad que se representa, la importancia trascendental de la luz o la asunción de que no siempre se logra acabar una obra como se había planeado.
Durante las dos primeras décadas del siglo XXI, mientras la idea de un nuevo largometraje sigue pendiente, Erice da muestras de una vitalidad cinematográfica innegable en formatos alejados del circuito industrial. Alumbramiento (2002), para el film colectivo Ten Minutes Older: The Trumpet, es un artefacto de relojería perfecto en torno a la fragilidad de la vida humana.
En sus Correspondencias (2005- 2007) con Abbas Kiarostami, traslada su interés por los niños como protagonistas al campo del documental interactivo, y en Cristales rotos (2012), de la obra colectiva Centro histórico, se adentra en la docu-ficción para recoger la memoria oral obrera en torno al cierre de una fábrica textil cerca de Oporto.
En el corto La mort rouge (2006) conjura la impresión causada por La garra escarlata (1944), la primera película que vio en el cine, e indaga en la figura de su oscuro director, Roy William Neill, uno de esos artesanos olvidados por los cánones pero capaces de firmar películas que marcarían SEFA SEGUR. para siempre la existencia de un niño.
Eulàlia Iglesias