FRANCISCO RABAL
Paco Rabal recibió con enorme alegría
la noticia de que este año se le otorgaba el Premio Donostia.
El Festival se lo debía desde hacía tiempo, pero sus
obligaciones laborales no lo habían hecho posible hasta ahora.
La noticia de su muerte al regresar del Festival de Montreal, donde
igualmente había recibido un homenaje, consternó a
sus amigos y admiradores, es decir, a medio mundo. El Festival mantiene
el tributo prometido.
Rabal (1925-2001) intervino en casi 200 películas.
Su primer trabajo delante de una cámara, en 1948, cuando
sólo tenía 23 años, llamó la atención
de todos. Su naturalidad, su personalísima voz y su varonil
figura de galán le hicieron destacar en el panorama de aquel
cine español.
Y no sólo español. Fue reclamado por Buñuel
(Nazarín, 1958; Viridiana, 1960; Belle de jour, 1967), por
Saura (desde Llanto por un bandido, 1964, hasta Goya en Burdeos,
1999), por los debutantes de la Escuela de Barcelona (Después
del diluvio, de Jacinto Esteva, 1969), por Glauber Rocha (Cabezas
cortadas, 1970), por Antonioni (L'eclisse - El eclipse, 1962), Visconti
(Le streghe - Las brujas, 1966) y Rivette (La religieuse - La religiosa,
1966). Siempre dispuesto a apostar por gente joven y por proyectos
arriesgados, intervino igualmente en Tormento, de Pedro Olea (1974),
Las bodas de Blanca, de Francisco Regueiro (1975), y La colmena,
de Mario Camus (1982).
El más internacional de nuestros actores
consiguió el premio al mejor actor en el primer Festival
de Cine de San Sebastián, celebrado en 1953, por su trabajo
en Hay un camino a la derecha, de Francisco Rovira Beleta, y entre
muchos otros galardones, en 1984 obtuvo igualmente el del Festival
de Cannes por Los santos inocentes, de Mario Camus, que compartió
con Alfredo Landa. Truhanes (1983), Padre Nuestro (1985), La hora
bruja (1985), El aire de un crimen (1988), ¡Átame!
(1990), El hombre que perdió su sombra (1991) o El Evangelio
de las Maravillas (1998) son sólo algunos de los títulos
inolvidables de su amplia filmografía.
Pero si no fuera todo eso suficiente justificación
para otorgarle el Premio Donostia del Festival de San Sebastián,
Paco Rabal lo mereció además por su trayectoria personal,
siempre fiel a sus ideas, a sus amigos y a sus principios. Un actorazo.
Todo un hombre.
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