“Para mí, el reconocimiento hacia la película es una manera de decir que seguimos existiendo, que sigue habiendo comunidades diferentes en esta época, en esta ola fascista que estamos atravesando”, afirma Diego Céspedes sobre lo que ha significado para él que La misteriosa mirada del flamenco, su primer largometraje, haya sido premiado en Una Cierta Mirada en Cannes y haya recibido el Sebastiane Latino y el premio Dama de la Juventud en el Festival de San Sebastián.
El film, que fue seleccionado en 2020 para Cinéfondation de Cannes e Ikusmira Berriak, está ambientado en los años ochenta, en el árido desierto chileno. Cuenta la historia de Lidia, una niña de once años que crece dentro de una familia “queer” al margen de un pueblo minero, acusada de propagar una extraña enfermedad que, según los rumores, se transmite cuando un hombre ama a otro. Un western moderno que, entre lo trágico y lo fantástico, construye una fábula sobre el miedo, la exclusión y la ternura.
“Es una película que tiene muchos elementos, pero funciona de manera universal en lo que es la familia, el amor y la búsqueda de ternura”, explica Céspedes. A pesar de que sus personajes no comparten lazos de sangre, forman un núcleo afectivo que “busca lo que todos buscamos: pertenecer, darle un significado a la existencia”.
El humor, asegura el director, fue clave en la construcción del tono. “El humor es parte esencial de estas comunidades. Reírse ha sido siempre un acto revolucionario”. Lejos de una visión victimista, el film reivindica una forma de resistencia que se ha expresado históricamente a través del ingenio y la ironía.
La mirada de Lidia, interpretada por Tamara, vertebra toda la narración. “Es una niña que no tiene el prejuicio que tienen los otros. Precisamente ve a los humanos como humanos. Tamara era Lidia. Nos hizo reír desde el primer momento. Tenía la esencia exacta del personaje”. Ese vínculo con la protagonista también fue determinante para Matías, quien interpreta a la madre de Lidia: “Ella tenía la esencia de Lidia: era pesada, me trataba mal, se burlaba, me hacía bromas… y luego me abrazaba”.
Sobre el proceso creativo, Céspedes destaca la importancia de la escritura como etapa inicial e íntima: “Esencialmente las relaciones principales de la película están inspiradas en mi familia”. Después, al llegar el elenco, se dio una segunda reescritura a través de los ensayos, donde los actores aportaron sus propias vivencias a los personajes. Bruna, que interpreta a la Leona, lo vivió como un proceso de descubrimiento colectivo: “Disfrutando el momento, el presente, y con mucha satisfacción de que las personas conozcan esta historia. La película tiene una inocencia particular porque está contada desde los ojos de una niña. No tiene un punto de vista desde lo trans o lo diverso”.
Uno de los temas centrales del film es el VIH. Para Céspedes, era importante “volver a hablar del VIH para retomar el aprendizaje”. Lo que le interesa, dice, es poner el foco en “el miedo, que se transformaba en odio”.
Consciente del contexto político de su país, el director no evita posicionarse: “Hoy en día los artistas tenemos que ser más políticos. Tenemos que radicalizarnos”. Matías añade que “estamos frente a un posible gobierno de ultraderecha que incluso ha hablado de cerrar el Ministerio de Cultura. En Chile tenemos miedo de que gane la ignorancia”.
En esa tensión, Diego Céspedes logra construir una película luminosa, una historia sobre cómo el afecto puede ser, también, un acto de disidencia.
María Aranda Olivales