Como cada año, la gala inaugural del Zinemaldia servirá para que la Federación Internacional de Críticos de Cine (FIPRESCI) entregue su premio a la mejor película del año. En esta 73 edición, dicho galardón tendrá un carácter especial dado que su entrega coincide con el centenario de dicha asociación. En la votación han participado 739 críticos de setenta y cinco países y, una vez hecho el escrutinio, el film ganador ha sido Aún estoy aquí (Ainda estou aquí), largometraje con el que Walter Salles consiguió para Brasil el Oscar a la mejor película extranjera. Dicho galardón culminó una carrera que comenzó en el Festival de Venecia del pasado año (donde el film tuvo su puesta de largo) y que incluyó otros prestigiosos certámenes, como el propio Zinemaldia que exhibió la película dentro de la sección Perlak, revelándose una de las favoritas de la audiencia donostiarra (que le otorgó un 8,54 en la votación del Premio del Público).
Aún estoy aquí, una evocación de los años más duros de la dictadura militar brasileña, está centrada en la desaparición del ex diputado Rubens Paiva y en la lucha emprendida por su familia, singularmente por su mujer, Eunice, para arrojar luz sobre su caso. En este sentido, se trata de un film militante que habla abiertamente sobre la necesidad de mantener activa la memoria histórica de todo un pueblo confrontándole con uno de los episodios más oscuros de su pasado. No obstante, el relato pergeñado por Walter Salles no constituye únicamente una mirada al pasado, sino que dicha mirada tiene vocación de presente. En medio de un escenario global, como el que estamos viviendo en nuestros días, repleto de discursos negacionistas sobre la naturaleza del fascismo y de proclamas que son una clara incitación al odio y a la negación del otro, una película como Aún estoy aquí lo que propone es reivindicar la memoria como arma contra esta realidad.
Entrevistado en estas mismas páginas el pasado año, con ocasión de la presentación de su película en Perlak, Walter Salles se mostraba elocuente al señalar: “Cuando empecé con este proyecto lo hice pensando que estaba abordando un período de nuestra historia del que el cine brasileño no se había ocupado lo suficiente. La posterior victoria de Bolsonaro y todo el ruido que ha generado su irrupción en la escena política demuestran hasta qué punto los ecos de aquel pasado siguen resonando en nuestro presente”. Ahondando en esta idea y al ser preguntado qué es para él un país sin memoria, el realizador brasileño comentaba: “Un país sin memoria es un país condenado a repetir los errores del pasado; un país sin memoria no puede imaginar su futuro, se le priva de conocer alternativas de desarrollo, se le condena a la ignorancia, al olvido, a minimizar su potencial. Estoy pensando en escenarios como la educación o la política económica. Olvidar la experiencia pretérita es desechar opciones de progreso”.
Semejantes reflexiones, qué duda cabe, han tenido su efecto entre los miembros de FIPRESCI a la hora de apostar por una película a la que le encaja como un guante el manido adjetivo de ‘necesaria’. Una película que demuestra la eficacia del cine para construir imágenes que sirvan como herramienta para combatir el olvido y, a la vez, como catalizador para la forja de memoria colectiva.
Jaime Iglesias Gamboa