A sus sesenta y cinco años, Richard Linklater ha podido cumplir su sueño y honrar la figura de Jean-Luc Godard, acaso el director que más decididamente inspiró su vocación cinematográfica. El resultado es Nouvelle Vague, el film elegido este año para inaugurar la sección Perlak: “No concibo hacer películas sobre cosas que no amo. En este caso no podemos decir, en un sentido estricto, que se trate de una película romántica, aunque tiene algo de carta de amor por mi parte”. Tanto es así que el director de largometrajes míticos como Antes de amanecer o Boyhood se reconoce incapaz de definir un talento como el de Godard: “En mi película intento evocar una época y unos ambientes muy concretos y ahí emerge la figura de Jean-Luc Godard como alguien totalmente diferente al resto de sus compañeros de generación. Es imposible limitar a Godard, es alguien muy provocador, pero a la vez muy divertido”.
El adjetivo divertido no resulta gratuito a la hora de definir una película como Nouvelle Vague, donde su director busca honrar a los miembros de aquella generación de cineastas adoptando una mirada desacralizadora: “Si hay algo de ironía en el modo en que los retrato se debe a que ninguno de quienes participaron en el rodaje de Al final de la escapada era muy consciente, en ese momento, de estar haciendo una película que iba a cambiar la historia del cine. En el fondo estamos retratando a un Godard vulnerable, a un director novato en el que muy pocos confiaban en ese momento. Ahí hay algo muy divertido, también lo hay en su propia personalidad: a pesar de sus inseguridades, no le importaba ir vendiendo humo para ocultar aquello que ignoraba. Ese aspecto de su personalidad me resultaba muy conmovedor. Por otro lado, me interesaba hablar de cómo se crean los mitos y el Godard que yo retrato es como un general sin ejército. En este sentido fue sencillo aproximarme a su f igura sin un ápice de idolatría”. Probablemente el adjetivo que mejor case con la figura de Jean-Luc Godard sea el de revolucionario. Según Linklater: “Para ejercer de revolucionario lo más importante es tener pasión y la pasión tiene que ser sincera. No es algo que puedas impostar. Godard fue alguien que siempre estaba buscando cosas nuevas, su cerebro era el de un incon formista, pero sobre todo fue alguien con una gran pasión por este oficio”.
Cuestionado sobre qué oportunidad tendría en la industria actual una personalidad como la de Godard, Richard Linklater comenta: “Sinceramente no lo sé. Él duró mucho; de hecho, estuvo rodando durante seis décadas, prácticamente hasta poco antes de morir. Lo que está claro es que los cineastas somos prisioneros de nuestro tiempo”. No obstante, el realizador texano sí que reconoce que aquella generación de directores que él retrata en su película, está imbuida de una suerte de carácter legendario: “Fue un grupo de cineastas que consiguieron venderse como fenómeno cultural. Eso es algo más propio del mundo de la música que del cine donde cada película emerge como una manifestación aislada, pero yo creo que, al haber visto tantas películas juntos y al haber compartido sus puntos de vista a través de una publicación como “Cahiers du cinéma” crearon un vínculo muy fuerte en torno a ellos”.
Richard Linklater no se ve como alguien nostálgico: “Dirigir tu mirada hacia el pasado no te convierte en un nostálgico porque no conlleva un deseo de quedarte a vivir ahí”. Ese sentimiento le lleva a rechazar entrar en el juego de comparar el cine de ayer y el de hoy: “Las películas trascienden las modas, yo he tenido la suerte de que hay gente que sigue confiando en mí. A veces me siento un privilegiado, pero tampoco soy un caso excepcional porque creo que, actualmente, hay muchos autores que siguen haciendo un cine muy personal”.
Una de las cosas más llamativas de un film como Nouvelle Vague es el modo en que su director recrea la estética, las texturas y el estilo visual de aquellos films. Richard Linklater reconoce que fue algo muy placentero, por inhabitual: “Fuimos muy específicos, y hasta cierto punto, fetichistas a la hora de recrear todo ese universo. Porque, además, ese aire que desprende una película como Al final de la escapada se debe a esa manera de filmar que tenían, tan orgánica, tan precaria, y nosotros teníamos que reproducir ese espíritu tirando de recursos técnicos. Esta película me la planteé como un objeto, como un artefacto”.
Jaime Iglesias Gamboa