La jauría humana, realizada por Arthur Penn en 1966, un año antes del bombazo de Bonnie y Clyde, es un melodrama coral que pretende levantar acta de la cara más podrida y salvaje de América a través de la imagen de un prototípico pueblo texano completamente enloquecido (locura in crescendo conforme llega la fiebre del sábado noche) por el alcohol, el vicio, los adulterios, el odio, el racismo… Los detractores de La jauría humana (aplaudamos, ni que sea por una vez, el título castellano, más justo y atractivo que el original The chase) argumentaron que el retrato de esta putrefacción humana era a todas luces exagerado, hiperbólico, para nada creíble. Habrían dicho lo mismo si la trama se hubiera centrado en un asalto al Capitolio por una multitud no menos enloquecida de fascistas republicanos. Lo sucedido en enero de 2021 en Washington da la razón a La jauría humana, que por comparación todavía se queda corta. La realidad siempre imita al arte y a veces lo supera.
El caos demencial al que asistiremos lo pone en marcha la fuga de un preso que regresa al pueblo, su pueblo, acusado del asesinato que, en realidad, cometió otro preso que huyó con él. Esa huida la vemos al principio en una serie de escenas puntuadas por la extraordinaria partitura de John Barry, que exhala un tan bello como demoledor aroma de inequívoca tragedia. Este fugitivo (Robert Redford) no es más que un pobre diablo, perfecta cabeza de turco para que los habitantes de la localidad descorchen sus más viles y violentos instintos. Hay pocos cuerdos en el lugar, básicamente el sheriff (Marlon Brando, que por su honestidad recibirá la mayor paliza de su filmografía, superior a la de La ley del silencio), su esposa (Angie Dickinson) y la esposa (adúltera: Jane Fonda) del fugitivo. Los demás son escoria, basura. Se llevan la palma el viejo y repugnante paseante que a cada paso la va liando (Henry Hull, última aparición en la pantalla de este egregio secundario con medio siglo de carrera); el viscoso, pelota y cobarde empleado del banco (Robert Duvall), y el brutal trío de matones que apalizan a Brando (uno de ellos, Richard Bradford, el protagonista de El hombre del maletín, serie de muy grato recuerdo).
Como se ve, el reparto es de enorme potencia. También figuran en él James Fox, E. G. Marshall, Martha Hyer, Janice Rule, Jocelyn Brando, Paul Williams casi de extra y otros dos ilustres veteranos en activo desde los primeros años treinta: Miriam Hopkins y Bruce Cabot, el galán de King Kong, que en aquella década de los sesenta, y hasta principios de la siguiente, salía en casi todas las películas de John Wayne. Pese a tantas distinguidas estrellas, La jauría humana fue un sonoro fracaso en Estados Unidos (no tanto en Europa) y el propio Penn llegó a detestarla, no en vano había tenido serias diferencias con el productor Sam Spiegel, con el fotógrafo Joseph LaShelle y con la guionista Lillian Hellman, que adaptó una novela de Horton Foote, el implacable cronista de las miserias del Sur, que también había dado origen a una obra de teatro. Hoy, ubicado en su contexto (Kennedy había sido asesinado en el mismo Estado solo tres años antes) y visto sin legañas en los ojos, podemos apreciar en La jauría humana lo que de hecho ya era en su día: un film crucial del cine americano de aquella época, con un pie en el clasicismo y otro en el ya emergente Nuevo Hollywood.
Jordi Batlle Caminal