Lillian Hellmann escribió un relato original y el guion para The North Star (1943), una película que tantas veces se ha visto posteriormente como simple propaganda pro-soviética en un Hollywood previo a la caza de brujas de McCarthy contra el comunismo. Pero la intención de Hellmann era, a tenor del claro doble mensaje en las dos secuencias finales de la película, crear un alegato antifascista y antibelicista basado en la idea de una pequeña comunidad unida frente al invasor.
Solo cuatro años después de la realización de The North Star, parecía ya impensable que Hollywood hubiera producido films de ensalzamiento del sistema soviético, pero en mitad de la Segunda Guerra Mundial, con la URRS aliada de EE.UU. y haciendo frente a los nazis invasores, hubo otros ejemplos: Mission to Moskow (Michael Curtiz, 1943) o Days of Glory (Jacques Tourneur, 1944).
Más que propaganda del comunismo al que estaba adscrita, Hellmann elaboraba en The North Star una oda a la resistencia y la valentía en una aldea de Ucrania, entonces parte de la Unión Soviética, que no tiene más defensa que la unión de los vecinos ante la invasión de los nazis alemanes en junio de 1941. En la primera parte se describe esa comunidad de forma idealizada: el valor del trabajo colectivo, la buena relación entre las familias, la experiencia de los mayores y las ilusiones de los jóvenes. Pero todo puede cambiar de la noche a la mañana. Lo describe el personaje del anciano Kerp (Walter Brennan): “Hace veinticinco años luchamos y morimos por esta tierra. La gente sigue adelante, lucha y lo hace lo mejor posible. Más alimentos, más casas, más tiempo para divertirse. Ahora vienen estos a intentar cambiarlo. Quieren arrebatar a la gente todo lo que ha hecho”. Mujeres y hombres, niños y ancianos, y adolescentes enamorados, se enfrentan por igual de la noche a la mañana a la cruda realidad.
Además de la habilidad de Hellmann para aunar en un sencillo, emotivo y a veces crudo relato los valores básicos de convivencia y resistencia, es llamativa la puesta en escena del director Lewis Milestone, oscarizado por el film antibelicista Sin novedad en el frente (1930) y miembro también de ese Hollywood progresista que apoyó al bando republicano en la Guerra Civil Española. Porque Milestone adopta la estética de los cineastas soviéticos de los años veinte y treinta, el ensalzamiento de la tierra, los rostros humanos y la acción colectiva de cineastas como Aleksandr Dovzhenko, la fuerza del montaje y los elementos simbólicos.
La espléndida factura técnica de The North Star se corresponde con el gran plantel que en ella se reunió. Los encuadres refinados y expresivos que elevan el aliento épico y la belleza estética de la gesta se deben a uno de los mejores directores de fotografía de la época, James Wong Howe. Las sencillas canciones que crean comunidad llevan la firma de uno de los grandes compositores del siglo XX, Aaron Copland, con letras del insigne creador de canciones para musicales Ira Gershwin. En el reparto, también con un sentido colectivo en el que todos los personajes tienen su perfil definido y su contribución, destacan Anne Baxter y Dana Andrews, que estaban haciendo sus primeras pero ya destacadas películas; los veteranos Walter Brennan y Walter Huston; un Farley Granger que iniciaba aquí su carrera, y la presencia siempre imponente de Erich Von Stroheim como un coronel nazi con cierto aparente cinismo hacia los suyos, que Hellmann aprovecha muy bien para apuntalar el rotundo discurso antifascista.
Ricardo Aldarondo