Más que un cineasta, Hlynur Pálmason es un artista multidisciplinar. Su obra está muy presente este año en el Festival. A la exposición que estos días acoge Tabakalera se suma la proyección de sus dos últimos largometrajes, Jóhanna af Örk, que se presenta estos días en Zabaltegi y El amor que permanece que llega a Perlak tras su estreno mundial en el último Festival de Cannes.
Según usted, el guion de esta película vino inspirado por sus propias vivencias matrimoniales y lo fue desarrollando durante casi ocho años. ¿Cómo fue el proceso?
Creo que empecé a pensar en esta historia en 2017, mientras rodaba un corto con mis hijos en el que éstos construían una casita en un árbol. Estuve grabándoles durante dos años, con lo cual pude registrar cómo iban creciendo. Aquel proceso me hizo pensar, por un lado, en lo que implica la paternidad y, por otro, en lo efímero que resulta todo, en lo rápido que pasa el tiempo. Así que empecé a desarrollar una historia sobre lo valioso que es el tiempo y sobre la necesidad de compartirlo con los seres queridos.
El hecho de que los niños protagonistas de El amor que permanece sean sus propios hijos y trasladar todas esas vivencias íntimas a la gran pantalla, ¿no le ha llevado a sentirse demasiado expuesto?
Yo llevo rodando con el mismo grupo de personas desde hace muchos años. Siento como si fueran parte de mi familia y por eso mismo me gusta invitarles a compartir momentos de intimidad conmigo y con mis hijos, y también me gusta que éstos conozcan y convivan con ellos. En este caso, mientras filmaba a mis hijos en aquel corto percibí una energía muy pura en ellos, como una esencia muy salvaje, algo muy difícil de imitar y de reproducir. Por eso quise que fueran ellos los que interpretasen a los hijos de la pareja protagonista del film. Por otra parte, a ellos la cámara no les impone, están acostumbrados a convivir con ella.
Me resulta llamativo cómo es capaz de representar emociones tan profundas de manera tan simple, casi como como si fueran vídeos de TikTok. ¿Cómo se consigue eso?
Con tiempo. El tiempo es la clave de todas mis creaciones, cuando tienes tiempo siempre puedes llegar un poco más lejos a la hora de transmitir emociones puras. Una película, al final, es una experiencia física y mental donde el espectador debe entender las cosas de manera muy concreta a partir de la impronta que tú consigas conferir a tus imágenes. Y, personalmente, siempre he sentido que lograr esa impronta depende del tiempo.
No sé si el tiempo también influye en esa manera tan telúrica que tiene de filmar la naturaleza. De hecho, más que filmarla es como si se sumergiera de lleno en ella.
Cuando hago una película siempre busco capturar algo, pero también experimentar con la imagen. Por eso, cuando escribo un guion, necesito tener en mente cuándo ocurre la acción. Si es una película de invierno o de verano, si es de interiores o de exteriores. Porque, al contrario de lo que ocurre con los novelistas, los cineastas debemos inmergir al espectador en un espacio físico y en el temperamento de los personajes. Hacer cine me da la posibilidad de esculpir el tiempo.
En ese sentido, el personaje de Anna, la artista que protagoniza su película, casi resulta una proyección de usted mismo.
Sí. Mi primera idea para el casting fue intentar encontrar a una artista islandesa que interpretara el papel y presentara su obra. Pero al no dar con ninguna, finalmente decidimos contratar a una actriz y usar mis propios procesos de creación artística. Dichos procesos, como he comentado antes, están muy vinculados al paso de las estaciones, y por eso digo que ésta es una película de invierno, porque las obras que presento están realizadas en exteriores durante dicha estación. A la hora de filmar esos procesos quería que todo fuera muy visual, muy orgánico.
En paralelo al estreno de El amor que permanece en Perlak, este año en Donostia podemos ver algunas de esas obras que salen en la película en una exposición en Tabakalera. ¿Diría que sus films y sus exposiciones forman parte de un mismo proyecto artístico?
Sí, totalmente. Cuando empecé como creador, siempre tuve la intuición de que acabaría experimentando con el audiovisual. Cuando me pongo a crear no preveo lo que va a salir de ahí. Dejo que sea la propia obra la que decida lo que quiere ser. Empiezo un proceso y luego de ahí puede salir una serie fotográfica, una exposición, un cortometraje o un largometraje. La exposición que tengo ahora mismo en Tabakalera recoge fotografías, instalaciones, esculturas que he creado en paralelo a El amor que permanece. Por lo tanto, sí, se puede decir que todas esas obras forman parte del mismo proyecto.
Jaime Iglesias Gamboa