En la primera secuencia de Watch on the Rhine (1943), Kurt y Sara Muller, acompañados de sus tres hijos, el mayor, Joshua, la adolescente Babette y el pequeño Bodo, pasan con éxito por la oficina de inmigración de los Estados Unidos. Son refugiados. Vienen de Alemania. Es el mes de abril de 1940, cuando pocos predecían que los ejércitos nazis invadirían media Europa. Lillian Hellman había estrenado la obra en la que se basa el film el 1 de abril de 1941, ocho meses antes de que los Estados Unidos entraran en el conflicto. La película se realizó en 1943, en lo más crudo del crudo invierno de los fascismos europeos. Hitler dominaba la guerra, pero Watch on the Rhine no es, a diferencia de otras producciones hollywoodienses de la época, un film que alerte solo sobre el nazismo; es un alegato radical en contra de todos los fascismos y una de las películas realizadas entonces en Hollywood en las que más se habla de la guerra civil española y de lo que supuso, en la derrota de la República, para el fin de ciertos ideales internacionales.
“Yo lucho contra el fascismo. Ese es mi trabajo”, declara orgulloso Kurt Muller (Paul Lukas), un antiguo ingeniero alemán que lo ha dejado todo, incluso la seguridad de su familia, para combatir las ideologías dominantes. Le secunda fervorosamente Sara (Bette Davis en su segundo encuentro con Hellman tras La loba). No es la simple esposa del héroe. Es verdad que él es el personaje activo, pero Sara toma sus propias decisiones. Una de ellas es aceptar la lucha, y los peligros que comporta, de su marido. Ella también es antifascista y, como expresa muy bien la secuencia final, sabe que el compromiso atañe a toda su familia.
De hecho son dos familias, el esposo y los hijos por un lado; la madre, Fanny Farrelly, y el hermano, David, que viven en Washington, por el otro. Sara se fue de Estados Unidos hace diecisiete años, dejando atrás una posición cómoda. Ha sido feliz viviendo en cierta precariedad económica, criando a sus hijos y posicionándose ideológicamente. Pero el regreso al hogar, a sus raíces, es importante. Una de las mejores secuencias del film es la del reencuentro con su madre y hermano, y con el lugar: la mirada maravillada de Sara cuando entra en la mansión familiar, el gesto de acariciar los muebles, las teclas del piano y una figurita de porcelana. La madre le dice: “No eres joven, Sara”. “No, mamá, tengo treinta y ocho años”. El tiempo ha hecho mella en todos los personajes. Pero aún impera cierto sentido del humor: “Eres un hombre atractivo para ser alemán” le comenta la señora Farrelly a Kurt. Es excelente la forma en que Paul Lukas expresa su convencimiento de que Sara fue allí muy feliz.
A partir de este momento, y con la presencia ominosa del conde Teck de Brancovis, exdiplomático rumano, pronazi e instalado también en casa de los Farrelly junto a su esposa Marthe, quien se ha enamorado de David –son un gossip en los mentideros de Washington–, la película viaja en dos direcciones. Habla de la lucha antifascista, tan abnegada como radical, de los Muller. Y muestra también la ingenuidad o inocencia de ciertos sectores estadounidenses para quienes la guerra y el fascismo eran algo lejano y pasajero. Sara asegura que se está volviendo vanidosa desde que ha vuelto a su país. Un espejismo, porque sigue tan convencida en la causa como su marido. “¿Sabe lo que es sentirse bueno cuando es necesario ser bueno?” le increpa Kurt a Teck recordando su participación en la batalla del río Manzanares.
Herman Shumlin solo realizó un film más, Agente confidencial (1945), adaptación de una novela de Graham Greene ambientada, precisamente, en la guerra civil de España. Se había encargado de la puesta en escena de Watch on the Rhine en el teatro; de hecho era el director teatral predilecto de Hellman. Paul Lukas y Lucile Watson (como la señora Farrelly) ya habían protagonizado la obra. El papel de Sara lo hizo en Broadway Mady Christians.
El tema de la contienda española era vital para Hellman, que participó en el guion de Tierra de España y realizó varios reportajes en el frente de Madrid. Pero aunque está acreditada como responsable de los diálogos y la escritura de escenas adicionales, el guion del film lleva la firma de Dashiell Hammett, tan o más comprometido que Hellman con la lucha antifascista. El guion final tiene tanto de uno como de otra.
Quim Casas