Resulta altamente ilustrativo volver a ver Nuestras derrotas, la película que Jean-Gabriel Périot dirigió antes de la pandemia del COVID-19, ahora que ya han trascurrido más de cinco años y han cambiado tantas cosas: en Francia, las manifestaciones de los “chalecos amarillos” han dejado paso a las concentraciones estudiantiles contra Macron; en el resto del mundo, la guerra de Ucrania sigue su curso desde la invasión rusa de 2022, mientras que los atentados terroristas de Hamas en Israel han derivado en un genocidio que parece la consecuencia más lógica del ultraderechismo en alza. El paradigma por el que se rige eso que ahora llaman la “geopolítica global” es otro. Y el film de Périot queda como testimonio de una transición que ya parece muy lejana: los estudiantes a los que filmó como parte de una invitación de la comunidad educativa del instituto Romain Rolland de Ivry-sur-Seine, alumnos y alumnas de bachillerato, seguramente no dirían ahora lo mismo, mientras que el método empleado para abordarlos resultaría aún más extraño para ellos.
En efecto, Périot recurre a algunas de las películas políticamente más significativas de las décadas de los sesenta y setenta, escoge alguna escena que le parece adecuada para sus propósitos y encarga a los estudiantes que la “representen” ante las cámaras, lo cual le sirve luego de punto de partida para invitarlos a hablar de temas como la lucha de clases o la posibilidad de la revolución… De este modo, no se trata de hablar de cine político, sino de cine y política, o de cómo el cine da forma al diálogo político, es decir, de cómo Périot lo pone en escena. Momentos privilegiados de La salamandra (Alain Tanner, 1971), La chinoise (Godard, 1967), À bientôt j’espère (Chris Marker y Mario Marret, 1968) o algunos de los innumerables films militantes realizados a partir de mayo del 68, adquieren una nueva encarnadura en las voces y los gestos de los estudiantes, se hacen presentes desde el pasado y reclaman su vigencia. Y ello se enfrenta, al final, a un suceso inesperado que lo viene a cambiar todo, al tiempo que ese mismo azar da la vuelta a la propia película. El objetivo de Périot –como sucede igualmente en la anterior Une jeunesse allemande (2015) y en la posterior Regreso à Reims (2021)– consiste en interrogarse sobre el papel del cine en la construcción de un imaginario histórico o, en otras palabras, en declararse heredero de una tradición que parece perdida, precisamente la que representan las películas recreadas.
Pero, más allá de eso, se trata de poner en práctica esa misma cuestión. Cuando, en el último tramo del film, se recrea en vídeo un bárbaro acto policial, el mecanismo por el que se mueve Nuestras derrotas queda al descubierto: como en la serie de Nathan Fielder Los ensayos, representar quiere decir también entender, comprender. Y es así como las películas del pasado encuentran su equivalente en esas imágenes del presente que, de súbito, operan una brutal transformación en esos chicos y chicas antes un tanto dubitativos frente a las consecuencias de la injusticia y la explotación. Como dice uno de los subtítulos del film, “Nuestra sustancia nunca será la victoria, sino la lucha”. Es decir, todo está siempre en marcha, mutando y tomando apariencias distintas, y en eso el cine no puede ser más explícito: nuestras derrotas del pasado son también la puesta en escena de lo que está por venir y, por lo tanto, todavía no tiene forma. Esta película debe verse ya como uno de los clásicos indiscutibles del cine político del siglo XXI.
Carlos Losilla