François Ozon apenas requiere presentación, sobre todo después de haber participado cinco veces en la Sección Oficial de Zinemaldia y de haber ganado la Concha de Oro con En la casa (2011). Este año, el director parisino aterriza en Perlak con El extranjero, película inspirada en la mítica novela del premio Nobel Albert Camus.
El extranjero es una novela que, durante años, se consideró inadaptable ¿Cómo afrontó el reto?
Efectivamente, es una obra que siempre ha tenido esa consideración. Yo creo que se debe al componente filosófico que atesora. A partir de ahí yo entendí que si quería adaptarlo debía de hacerlo tomando en cuenta dos aspectos. En primer lugar, el personaje protagonista. Meursault es el antihéroe total, un tipo que apenas habla, que no lleva a cabo grandes acciones, que carece de empatía… Pese a todo ello, tiene un halo misterioso y yo comprendí que la clave del relato estaba ahí, en ese misterio. Luego, en segundo lugar, estaba el contexto histórico, la posibilidad de acercarme al Argel de 1939 intentando encontrar los ecos de aquella época en el momento actual.
Me imagino que otra dificultad adicional fue que se trata de una novela muy leída y que cada lector tiende a visualizarla de una manera distinta.
Se trata de un relato que interpela directamente al lector y que te hace plantearte una serie de cuestiones morales. Mi película no pretende dar respuesta a esas preguntas, porque yo tampoco las tengo, simplemente lo que busco es trasladar esos interrogantes al espectador. Cuando proyectamos los primeros tráileres me di cuenta de que, efectivamente, cada espectador tiene en su cabeza una imagen muy diferente de Meursault. Cuando vieron a Benjamin en el papel, unos decían “es demasiado joven”, otros “el Meursault de la novela no tiene esos ademanes”. Lo curioso es que Camus tampoco hace una descripción muy precisa del personaje.
Antes ha comentado que una de sus motivaciones fue encontrar los ecos de aquella época en nuestro presente. En este sentido, hay un tema que sigue palpitando hoy en día en nuestras sociedades, como es la negación del otro.
“El extranjero” es una novela de una modernidad apabullante. El libro, efectivamente, habla de la mirada colonial, de la violencia que hay implícita en esa mirada. Pero también hay que tener en cuenta que cuando Camus escribió la novela esa violencia estaba normalizada, referirse a alguien como “un árabe” no implicaba desprecio. Por eso me pareció importante contextualizar la historia a través de esas imágenes de noticieros de la época que presentaban Argel como si fuera la arcadia del colonialismo francés. Pero, qué duda cabe, que detrás de esa imagen de feliz convivencia, los argelinos eran tratados como ciudadanos de segunda.
El protagonista es un personaje que, como ha dicho antes, carece totalmente de empatía. ¿Diría que resulta un paradigma del hombre contemporáneo?
Creo que esa falta de empatía, efectivamente, nos define. Hoy en día veo cierta tendencia a protegernos de la emoción, lo que quizá sea un mecanismo de defensa frente a ese constante bombardeo de imágenes que sufrimos. Pero esa indiferencia, en el caso de Meursault, tiene un origen distinto; él no llega a la emoción porque carece de las herramientas para ello.
Jaime Iglesias Gamboa