Jaume Claret Muxart vuelve a Donostia con Estrany riu después de haber pasado por la sección Orizzonti de Venecia, donde fue premiado por la crítica independiente. La película se presenta ahora en Zabaltegi-Tabakalera, un lugar que conecta directamente con la trayectoria del director: Claret Muxart se formó en la Elías Querejeta Zine Eskola, donde encontró el ecosistema decisivo para su crecimiento como cineasta. Entró con diecinueve años: “No era un lugar para conseguir un título, sino un lugar para vivir el cine y desarrollarte acompañado por una comunidad”. Allí coincidió con profesores como Oliver Laxe o Matías Piñeiro, y con una generación de compañeros que hoy también está renovando el panorama. De ese entorno nace su vínculo con Pablo Paloma, excelso director de fotografía de Estrany riu y colaborador esencial en el desarrollo de un lenguaje visual compartido.
La historia parte del recuerdo de los viajes en bicicleta con su familia. Un recuerdo que envuelve con un halo de fábula, casi mitológico. “No es realismo mágico —precisa Claret Muxart—, porque eso es otra tradición, además de literaria. Lo mío es realismo: el realismo poético”. Con ese prisma, el director catalán cuenta el despertar sexual de Dídac, el adolescente protagonista de mirada misteriosa. Él y su familia recorren los parajes del entorno del Danubio durante el verano. Porque Estrany riu es, sobre todo, una película de verano. “Yo siempre escribo pensando en las estaciones. Esta película la he escrito más durante las primaveras, por las ganas de verano”. Esa expectativa, esas ganas tienen mucho que ver con el cine de Jaume Claret. Su fascinación misma por el cine habla de cómo filma los personajes. “Necesito desear filmarlos”, nos cuenta hablando de la fotogenia de Nausicaa Bonnín o Jan Monter Palau, madre e hijo en la ficción, enredados en una simbiosis enigmática.
El deseo y la fascinación de la mirada de Claret derivan en un expresionismo que por momentos desborda el film. Todo es movimiento y gozo: pedalear, andar, correr… coreografías pensadas como si fueran danza. “Siempre digo que soy un coreógrafo frustrado. El cine me permite coreografiar cuerpos y miradas”. La influencia de la danza se suma a la herencia pictórica de sus abuelos —el expresionismo abstracto y el surrealismo— y a una fuerte sensibilidad musical. Las piezas orquestales dan alas a secuencias de puro gozo, como la de la masturbación: “Daphnis et Chloé” de Ravel le aporta un tono kitsch y muy del estilo de Todd Haynes”.
Además de estos artistas románticos, Claret Muxart cita a Renoir, Vigo, Bergman o Epstein, pero también a Claire Denis y al cine francés de los noventa, más que a sus coetáneos catalanes. “Necesitamos arriesgar más, salir del naturalismo aburrido. El cine catalán está cambiando, pero debemos exigirnos más”. La cineasta Meritxell Colell, coguionista de Estrany riu, es una autora a reivindicar, según Claret Muxart.
Como Ella i jo (Nest, 2020), Die Donau (2023) y La nostra habitació (2025), todas proyectadas en los grandes festivales europeos, Estrany riu se rodó en celuloide de 16 mm. No solo por su cualidad estética: es una forma de trabajar. “El 16 mm genera tensión y atención, obliga a todos a concentrarse”. El ruido persistente de la cámara también influye a crear atmosfera y a poner a los actores “entre bambalinas”, unos nervios que el director sabe positivos.
La atmosfera de Estrany riu se nos queda pegada en los sentidos, excitados por los sonidos e imágenes que Jaume Claret compone, experimentador como es del lenguaje. No se detiene ahí: su próximo proyecto profundizará en la belleza, esta vez explorando su vertiente trágica.
Conociendo el vínculo del catalán con esta ciudad (no olvidamos su paso crucial por la residencia del Festival, Ikusmira Berriak) podemos asegurar que vamos a disfrutar de su cine en el Zinemaldia por muchos años.
Marc Barceló