Medio siglo de Canciones para después de una guerra, una de las obras cinematográficas definitivas de un cine español que plantó cara a la dictadura de un régimen franquista que, de haberlo sabido, hubiera fusilado inmediatamente a su autor por orden de aquel almirante y presidente del gobierno que ascendería a los cielos, ayudado por la tapia de los jesuitas del barrio madrileño de Salamanca. Basilio Martín Patino, hijo de una familia salmantina religiosa y conservadora cuyo hermano, José María Martín Patino, era secretario del cardenal Vicente y Enrique Tarancón, quien fuera Presidente de la Conferencia Episcopal y que jugó su papel en los años de la transición; hermano que, por cierto, ofició la ceremonia nupcial de la Duquesa de Alba, Cayetana Fitz-James Stuart, con el jesuita Jesús de Aguirre. Canciones para después de una guerra y este matrimonio, cuarenta y siete años, se acercan en su aniversario. Basilio se las tenía tiesas con su hermano jesuita, a propósito de la Compañía de Jesús, por un lado, y del pensamiento anarquista –por buscar una etiqueta que tampoco retrataría del todo a Patino– por el otro.
Canciones es una película que retrató a la majadera idiotez de la censura y de las instituciones franquistas al aprobar y dar luz verde a un documental musical que mostraba la actitud sanguinaria del régimen franquista, pero que con la habilidad y la genialidad de Martín Patino hipnotizaba y falseaba una cierta equidistancia al mostrar al espectador proclamas y canciones del ideario fascista de los cachorros de la Organización Juvenil Española, himnos de Falange y de aquellos legionarios que fundara otro ínclito personaje, José Millán-Astray, que hace bien poco inmortalizara en un film el actor Eduard Fernández.
“¿Quién fue el estúpido que aprobó esta película?”, dicen las crónicas de aquel tiempo que dijo el almirante Luis Carrero Blanco al ver en sus dependencias Canciones. “¿Pero no os dais cuenta de que ridiculiza nuestro glorioso alzamiento nacional?”, Martín Patino se divirtió muchísimo jugándose el pescuezo y construyendo un discurso cinematográfico a partir de un rico material de los archivos de NO-DO y de Filmoteca Española, básicamente, aunque hubo otras instituciones que también cedieron su patrimonio fílmico al servicio de una obra cinematográfica que se inició, clandestinamente, en 1970, producida por Antonio Pérez Tabernero, el hijo del ganadero salmantino Alipio Pérez Tabernero, y que llegó a ser aprobada por la junta de la censura por unanimidad, teniendo derecho al 40% de la subvención estatal e incluso recibió la categoría de máximo interés nacional; eso sí, aprobada después de ser víctima de hasta veintisiete cortes que la dejaron mutilada y reducida a un mediometraje. “Todo el poder institucional la vio en el Ministerio de Cultura, los representantes de la curia gubernamental iban durante los fines de semana, incluso acompañados de sus esposas, y a algunos de los dirigentes franquistas hasta se les escapaba las lágrimas de emoción al escuchar la versión del ‘Cara al sol’al comienzo de la película”, declara Martín Patino.
Lo cierto es que finalmente la película fue prohibida, tanto su exhibición como su exportación fuera de España. Quedó cancelada la ayuda económica y no pudo ser vista hasta una vez muerto el dictador. Barcelona fue la primera ciudad que la estrenó, en agosto de 1976, y Madrid debió esperar hasta el 1 de diciembre de ese mismo año. Y Martín Patino pasó a ser un maldito, un perseguido por el régimen al que se le puso la etiqueta de peligroso filocomunista, y Canciones fue incautada y destruidas sus copias, menos una que el director hábilmente logró sacar de España. En las numerosas entrevistas y conversaciones que disfruté con el cineasta salmantino, tanto en su ciudad natal, en ese Patio Chico de Salamanca, como en su terraza de la Plaza de Oriente de Madrid o en la azotea del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, Basilio nunca transmitió miedo alguno por la elaboración en clandestinidad de la película, pionera en el tratamiento y manipulación de los archivos. Más bien todo lo contrario, irradiaba alegría y disfrute por haber podido poner en jaque a las instituciones de la dictadura, por trabajar desde lo prohibido, por leer las críticas de los periodistas afines al régimen franquista y aún más cuando le declararon “peligroso cineasta que puso en peligro la concordia de los españoles de bien”. Con la muerte del dictador y la llegada de la democracia se le restituyó el título a la película de máximo interés cinematográfico nacional y le devolvieron la subvención que el implacable régimen de Carrero Blanco le quitó.
Así y todo, Basilio Martín Patino, siguió la estela maldita del cine libre e independiente que siempre defendió.
Javier Tolentino